miércoles, 25 de noviembre de 2009

El martirio en América Latina


La ofrenda generosa de los hombres y mujeres de América del Norte y de América Latina y del Caribe ha sido semilla de miles de millones de cristianos católicos y no católicos. Sus vidas han sido una clara configuración con el evangelio de Jesucristo y con su cruz redentora. La opción preferencial por los pobres, la lucha por la paz y la justicia, la búsqueda incansable de la verdad, la denuncia valiente de los abusos y la esperanza de un futuro mejor para nuestros pueblos, les hicieron ser mártires en este ambiente plagado de injusticias, corrupciones y dictaduras, que solamente oprimieron y aún oprimen a los más débiles y no les liberan de su indigencia y pobreza en la que se encuentran.

La Iglesia oficial ha intentado solapar y hablar muy poco del martirio de tantos en América Latina, porque creyó y cree aún que no han sido verdaderos mártires y que su sacrificio ha sido porque no supieron ser neutrales ante la fragante sociedad convulsionada de Latinoamérica. Me parece absurda, la forma oficial de pensar, porque Cristo optó por los pobres, la verdad y la justicia, y esa opción le costó la vida, Mons. Romero, Emilio Mignone, los miembros de la UCA, Carlos Mugica, Rutilio Grande, Angelelli, no optaron acaso por los pobres a los que Jesús tanto amó en su vida histórica, por qué no llamarles mártires de la fe y de la Iglesia universal. No me explico aun qué concepto de martirio tenemos para el siglo XX y XXI.

La opción por los pobres causa desinstalación, desacomodo, y purificación, cosa sabida, que no es asumida por los conservadores, porque no pueden perder su clase ni su dignidad. ¿Qué paradójico? Tengo entendido, como dice Monseñor Romero: que. "La Iglesia sufre el destino de los pobres: la persecución”. Entonces, por qué tanta resistencia a la opción preferencial por los pobres. Por qué un ala de la Iglesia no quiere optar por los pobres, por qué no quiere ser voz de los que no tienen voz, por qué. La respuesta está plasmada al inicio del párrafo, pero sin duda, esa postura no agota el ser de la Iglesia, porque la Iglesia, no es sólo la jerarquía, sino todo el pueblo de Dios y es en ese pueblo enorme en el que los mártires de nuestro pueblo, ejercieron su servicio con su propia sangre, y optaron por el destino de los pobres, y se ofrecieron como victimas por la culpa suya y por la culpa de sus verdugos y asesinos. La injusticia y la maldad, no reinaran, se podrá matar el cuerpo de los hombres y mujeres que lucharon por la justicia, pero no se borrará de la memoria histórica del pueblo la causa por la que estos y estas han muerto. No serán mártires en el sentido canónico, pero lo son para el pueblo, porque el pueblo así lo atestigua en sus testimonios.

La vida encarnada de los cristianos del siglo XX en una comunidad, cultura, pueblo y nación, permitió el martirio, no por accidente, sino por opción y compromiso con la liberación de los pobres. Los mártires latinoamericanos vivieron a carne propia la injusticia, la soledad, la indigencia, la intolerancia y la pobreza que se vive en este continente, y desde ese encuentro con la realidad protestaron para que todo sea más justo y más humano. Sus protestas desencadenaron una oleada de persecuciones y asesinatos, no sólo de ellos, sino también de muchos otros hombres unidos en la causa común: la justicia, verdad y libertad. Su postura, incomodó a los grupos de poder civil y eclesial, quienes de inmediato iniciaron la represión y la subordinación. Los que hablan con claridad incomodan a los que aparentan la justicia, la verdad y la libertad. Los que protestan, para el poder civil, son antisociales y deben ser eliminados, porque “muerto el perro muerta la rabia” y para el poder religioso-jerárquico son comunistas y antiortodoxos, y deben ser censurados o minusvalorados, porque se alejan del sentir de la Iglesia oficial ¿En donde queda entonces la protección y compromiso civil y religioso con las personas que buscan la dignificación de los otros seres humanos? ¿Es una sociedad civil y religiosa humanizante o es una simple manipulación de poderes que responden a intereses de unos pocos y no de todos? La misma lógica de ceguera religiosa y política fue la que mató a Jesús de Nazaret y a todos sus seguidores que optaron por los pobres, la justicia, la verdad, la libertad, la dignidad y la humanidad humanizadora y por qué no decirlo la de nuestros mártires latinoamericanos.

El martirio entendido, desde el martirio de Jesucristo tiene una dimensión mística, eclesial, moral, profética de anuncio y denuncia, política, práctica, psicológica, y apostólica, porque el mártir, morirá para sus detractores; pero para la Iglesia, que es el pueblo de Dios nunca morirá, vivirá eternamente en la memoria histórica, así como Cristo Resucitado habita en nuestra eón por medio de su Espíritu. Los mártires habrán sido sacados del protagonismo histórico, pero su “muerte cristiana por excelencia” ha sido y es un signo de que los cristianos están verdaderamente comprometidos con la liberación de los pobres y oprimidos a causa del abuso de poder y la mentira (cf. D.A. 220). Ellos no callaron la opresión, ni encubrieron la realidad, sino que la denunciaron, para que la vida en nuestros pueblos sea nueva y no albergue en sus entrañas signos de muerte y desolación, sino vida y esperanza. Su amor por la humanidad y por su pueblo, les hizo dar lo más preciado para ellos, su vida. Por eso, son en si mismos “profecía contra la injusticia y utopía de vida” que intenta eliminar y combatir el mal de este mundo a fuerza da bien.

El testimonio que dieron los mártires (cf. D.A. 98) es una ofrenda de amor y no ha sido puramente un acto de valor, sino una opción de vida, de fe y de configuración con Cristo, porque supieron adorar a Dios en Espíritu y en verdad, y desde esa adoración supieron rechazar las falsas veneraciones a dioses como el poder, el tener, la injusticia y la corrupción. Su corazón supo darse hasta el extremo, no tuvo reparos en expresar el amor de Dios, ni de reservarse nada para si, se dio totalmente como Cristo lo hizo, hasta el extremo. Sin el motor del amor, toda ofrenda es inútil y todo acto se queda hueco y vacío. El amor es el que permite la docilidad al espíritu, y que hace hervir la sangre cuando nuestros hermanos de raza, lengua, pueblo y nación son explotados, manipulados y humillados por ser indígenas, negros o por ser mujeres o niños.

Los mártires son el espejo del ser de Dios inmerso en la historia de la humanidad y en las penurias que esta tiene que atravesar en su existencia. Son los compañeros de camino del pueblo. Son los que han dado todo de sí para que este pueblo hambriento de paz, justicia y amor se sacie. Su opción ha sido y es la opción de la Iglesia latinoamericana, que muy bien lo resume el Documento de Aparecida en el número 396 ratificando la opción preferencial por los pobres y la nueva evangelización en la que ésta, esta llamada a ser sacramento de solidaridad, amor y justicia entre todos nuestros pueblos. La Iglesia no puede morir a su vocación profética y no puede negarse a denunciar las estructuras de pecado que existen en el mundo de hoy aunque esa valiente opción le cueste la propia sangre de sus miembros. Ella no puede quedarse en el ostracismo eclesial, sino que debe abrir su corazón para ser luz del mundo, como lo son sus mártires en America Latina y en todo el mundo y para que el mundo oscurecido por el odio, la corrupción, la venganza y el rencor empiece a tener luz y se ponga a ver desde otras dimensiones la vida de los seres humanos y de todo lo que hoy nos rodea.

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