viernes, 17 de septiembre de 2010

LOS INICIOS DEL MONACATO CRISTIANO

Introducción.
La iglesia desde los albores de su existencia ha sido y es para el mundo un nuevo estilo de vida en el que los pobres, ricos, marginados, excluidos, los hombres y las mujeres encuentran su lugar, porque su fundador quiso que viviéramos en la lay del amor, la igualdad y la libertad como hijos de Dios que somos. Él vino para que todos nosotros tengamos vida, pero al ser signos de vida, a su vez seamos signo de contradicción entre las gentes. Sus discípulos uno a uno fueron dando su vida por hablar de él y por vivir como él. Esteban, Pedro, Pablo y después todos los mártires dieron testimonio de Cristo con el precio de su vida. Su ejemplo es para nosotros hoy fuente de vida espiritual y de entrega total al Señor.
El martirio en la Iglesia primitiva era un privilegio para los creyentes. La mayoría deseaba morir en el circo u coliseo romano, y en todo caso, asesinado u ejecutado por manifestar su fe como cristiano. En el siglo III, la Iglesia entro en un tiempo de tranquilidad, ya no habían persecuciones, las celebraciones litúrgicas, se podían hacer en público, los obispos y clero empezaron a emparentarse con la elite política; los cristianos de ser un grupo reducido, pequeño, minoritario, llegaron a ser masa en muy poco tiempo, todos eran creyentes bautizados; pero esa efervescencia causó un deterioro paulatino de la vida espiritual, religiosa y comunitaria de la cristiandad; por eso, contrapartida se optó por el monacato, que sin duda será como la luz para la oscuridad que se apoderaba del Cuerpo Místico de Cristo en esos siglos.
La vida monacal a la que muchos a hombres y mujeres adhirieron sus vidas fue para dar sentido pleno a su ser cristianos y para configurarse a cristo no por un martirio cruento, sino incruento. Por eso, el trabajo que presentaré tiene por objetivo mostrar los inicios del monacato desde las fuentes históricas, desde el proceso evolutivo en oriente y occidente, y desde la opinión pública que esta opción de vida suscitó en sus inicios y en su afianzamiento en los ambientes culturales orientales y occidentales.

LOS INICIOS DEL MONACATO CRISTIANO

I. Las fuentes históricas del monacato primitivo.

Los datos históricos que tenemos sobre el monaquismo cristiano son variados, desde una literatura patrística, biografías, autobiografías, restos de arqueología, hasta obras que escribieron los monjes para regular el funcionamiento monacal de sus conventos.

1. Orígenes del monacato como una opción de vida.

La vida monacal Cristiana nace en el siglo III y se afianza con mayor rigor en el siglo IV, por el descontento que empieza a surgir en las comunidades seguidoras de Jesús a causa de la falta de testimonio de los creyentes y por el paulatino maritazgo entre la Iglesia y el estado constantiniano que tuvo su culmen en el 313[1]. Este estilo de vida revela profundamente los misterios de la humanidad, las cosmogonías y filosofías, como formas para responder a circunstancias históricas concretas, tales son por ejemplo: “El ansia de soledad, de vida secreta o intima, de alejamiento de los hombres; y más todavía el gusto por la ascesis”[2] para la liberación total de los apetitos sensuales que atan al ser humano al mundo, confort y a la materia perecedera.

El monaquismo está enraizado en la naturaleza misma de la humanidad, porque no es exclusivo del cristianismo, por ejemplo tenemos monjes escenios, hinduistas, shintoístas, y budistas, que para alcanzar la perfección y llegar al nirvana tienen que lograr el sometimiento total de su cuerpo y mente y pasar de la vida simple de homo faber a la de homo transendens capaz de autosostener la “autarquía y la apatía… por medio de la ascesis y el trabajo”[3] rigurosamente realizado a diario. Los monjes cristianos tienen ese paradigma de pensamiento, pero todo es para alcanzar la configuración plena con Cristo, ya no desde el martirio cruento, sino incruento, no desde la contaminación con el mundo, sino por la fuga mundi.

El monje desea vivir plenamente su adhesión al Señor y para lograrlo: tiene que llevar una vida totalmente austera, perfecta, mortificada, apartada del pueblo, y aceptar a plenitud el Evangelio (Mc 10,21). Los mentores del monacato Cristiano son Antonio y Pacomio, quienes recogiendo el encuentro personal con la palabra (Mt 19,21-31) con Jesucristo y con el eje esencial de la humanidad, la psiqué, dieron su vida entera al servicio del Reino desde su propio convencimiento de que vivir así es posible por y para Jesucristo.

2. La prolija literatura monástica.

La literatura monástica es abundante y muy rica en contenidos para llegar con plausibilidad al conocimiento de la vida monacal desde el carácter biográfico, apologético y autobiográfico. En esos tres tipos de glosas tenemos: “Vidas de monjes ilustres,… Manuales Ascéticos,… Reglas disciplinares de los grandes organizadores de la vida monástica: Pacomio, Basilio, Agustín y, mar tarde san Benito y apologías”[4] variopintas que emergen desde la cultura greca y latina para fortalecer la vida monacal del tiempo en que estuvo en boga y para animar a los creyentes a optar por ese estilo de vida muchas veces concebido como mágico y otras como extremadamente peligroso para a la vida y la salud del ser humano en los desiertos y lugares inhóspitos. En este epígrafe, cabe aclarar que los datos biográficos elaborados por Jerónimo, Atanasio, Agustín y otros, a pesar de ser poéticos y aparentemente fantasiosos son de un rigor histórico enorme, porque presentan la geografía y la historiografía desde una perspectiva novelada, pero con datos concretos de la vida de los monjes a ilustrar, y no solo se limitan a narrar hechos anecdóticos de Hilario, Antonio, Pablo, u otros.

3. Fiabilidad de las Fuentes para el conocimiento del monacato cristiano primitivo.

Las fuentes de las que disponemos para el conocimiento de la vida de los monjes ya lo hemos expuesto en el epígrafe anterior, pero ahora analizaremos su fiabilidad para afirmar que: “la vida de Antonio no admite ya ninguna duda… que fue compuesta por Atanasio en el 356 y 362… y narra con toda soltura literaria… la vida del anacoreta… para edificación de los monjes… El influjo de esta obra fue tal que no se dudó en traducirla al latín de modo casi literal. Lo mismo se afirma de la vida de los tres monjes de san Jerónimo (Pablo de Tebas,… Malco… e Hilario...), de la Historia Monachorum,… las vidas de san Pacomio,… la regla de Pacomio… la historia Lausiaca (Paladio 363-364),… los escritos de Casiano,… los Apophtegmata Patrum,… y la obra: las Vitae Patrum del Jesuita Rosweyde en 1615 y 1628”[5]. Todos estos datos nos dan la certeza de que el monacato existió y que los anacoretas fueron reales y que es posible fijar su existencia en una tabla cronológica de cualquier historia profana.

4. Cuadro cronológico del monaquismo Primitivo desde la historia.

El cuadro que veremos nos da una cronología de todos los hechos más importantes en la historia del monaquismo cristiano primitivo, desde las fuentes en las que se puede consultar, los personajes mas importantes, y en especial la ubicación espacio temporal de los monjes y fundaciones mas importantes de la vida ascética[6]:

FECHA
ACONTECIMIENTO
LUGAR
FUENTES
234
Nacimiento de Pablo de Tebas
Egipto
P. de Labriolle: la vida de Pablo de Tebas y la vida de Hilario
251
Nacimiento de San Antonio en Queman, cerca de Heracleópolis
Egipto
Sócrates, Hist. Eccl., I, XIII
250-270
Ascetas cristianos se retiran al desierto Egipto
Egipto
San Jerónimo: Vita Pauli. Dionisio de Alejandría. Eusebio
250-257
Pablo huye al desierto
Egipto
San Jerónimo. Ibid.
270-275
San Antonio se instala en Soledad y se establece en Pispir
Egipto

San Atanasio: Vida de Antonio
291-292
Nacimiento de Hilarión en Thabata
Palestina
Labriole. O.C.
Hacia el 292
Nacimiento de Pacomio en la Alta tebaida
Egipto
Ladeuze: Cenob. Pacomio.
305-306
San Antonio organiza la vida monástica, gran número de ermitaños se agrupan alrededor de él, pero permaneciendo aislados
Egipto
San Atanasio: Vida de Antonio.
307
Hilarión visita a Antonio e inaugura la vida eremítica, a siete millas de Majuma
Palestina
San Jerónimo: Vida de Hilario
314
Pacomio es monje en Schenesit
Egipto
Vida de Pacomio
323
Pacomio funda un monasterio en Egipto
Egipto
Bousset: Apophtegmata Patrúm, p. 272
Hacia el 325
El egipcio Mar Awgin funda un monasterio
Mesopotamia
Grützmacher: Theol. Und Kirche.
340
María, hermana de Pacomio funda el primer convento femenino
Egipto
Ladeuze: O.C., pág., 176
341
San Atanasio en Roma
Italia
Socrates. O.C.
9 de mayo del 346
Muere Pacomio
Egipto
Ladeuze: O.C., pág., 233
346
Petronio y Orsieso suceden dos meses mas tarde a Pacomio
Egipto
Ibid., pág., 1.
356-357
San Basilio visita a los ascetas Egipto, Palestina y el Ponto.
Asia Menor
Bardenhewer: Geschichte, T. III
357
Atanasio escribe la Vida de Antonio
Egipto
Ibid.
Hacia el año 360
San Martín de Ligugé
Galia
Sulpicio Severo: Vita martini
360
San Basilio funda un monasterio en Neocesarea del Ponto
Asia Menor
Bardenhewer: O.C.
370
San Basilio publica sus reglas en Cesarea
Capadocia
Ibid.
Hacia el 373
Matanza de 38 ermitaños en la región del Sinaí y de 40 anacoretas en Raitu por los piratas blemíes
Arabia
Ammonio: Ilustrium martyrum lecti triumpi.
386-389
Paula manda la construcción de un monasterio en Belén para hombres y mujeres
Palestina
Cavallera: San Jerónimo
399
Muerte de Evagrio Póntico
Egipto
Bardenhewer: O.C.
399-400
Carta de Ammón al patriarca Teófilo sobre Pacomio y Teodoro.
Egipto

Ladeuze: O.C.
404
San Jerónimo traduce la Regla de San Pacomio
Palestina
Cavallera: O.C.
419-420
Paladio publica la Historia Lausiaca
Bitinia
Bardenhewer: O.C.
425-450
El Moncayo se desarrolla en Gran Bretaña e Irlanda

H. Zimer. Art. Keltiche Kirche, en Realenc. Fur protest. Theol., T, XX
435
Muerte de Casiano
Galia
Schanz: Gesch d. rom. Litt.
451
Concilio de Calcedonia y las disposiciones para el monaquismo
Bitinia
Canon 4,8; 23-24.
529-530
Benito de Nursia funda el Monasterio de Monte Cassino.
Italia
Schanz: O.C.


II. El proceso evolutivo del monacato primitivo en oriente.

1. Mirada holística del movimiento.

El monacato en oriente nace cuando en las “dos décadas finales del siglo III algunos cristianos de Egipto y (quizá independientemente de ellos) de Siria oriental se desligaron de sus anteriores formas de vida en común en familia y en la comunidad cristiana y se retiraron a la soledad, lejos del contacto con los hombres, para llevar una vida de pobreza voluntaria y de continencia sexual, quedó dado el primer paso que, desbordando el temprano ascetismo cristiano, había de conducir al monacato propiamente dicho.”[7] Esta opción tuvo enormes repercusiones para la vida intraeclesial de los siglos venideros, porque se convirtió en el modelo tipo de la adhesión y entrega total al servicio de Cristo y del Evangelio.

Los iniciadores de tan magna empresa fueron los anacoretas: San Antonio y Pablo de Tebas quienes tras un encuentro profundo con su yo interior y con Jesucristo y su mensaje decidieron vivir en lugares separados de la ciudad (desiertos de Egipto y a orillas del Nilo) en total soledad sin reglas de sometimiento común ni comunidad alguna para sostener su vida. “En el 320 Pacomio fundó en Tabenisi, en el alto Egipto, a la margen derecha del Nilo y a unos 575 kilómetros al sur de la moderna ciudad del Cairo, el primer monasterio, inaugurando así la vida cenobítica. En él, los monjes estaban sujetos a una disciplina regular y codificada. Se aplicaban al trabajo manual y al estudio de la Biblia. ” A la segunda mitad del siglo cuarto este última forma de ascetismo fue retocada e impregnada de u nuevo espíritu por San Basilio de Cesarea.

Los grandes hombres que se aventuraron en esta locura por la perfección humana y por la purificación del cristianismo que estaba siendo corrompido por el paganismo, Antonio, Pacomio y Basilio fueron como la voz de Dios para que la Iglesia perfeccione la caridad imitando a “Jesús en la cruz y en la pobreza…”[8] por el monacato y la vida eremítica.

2. Formas del monaquismo.

El monaquismo se manifiesta en el siglo IV como un mundo plural de formas de vida ascética dispuesto a ser modificado, reformado e interiorizado para que logre una paulatina consolidación en su medio social, político y cultural, a fin de no traicionar su espiritualidad. San Jerónimo, conocedor profundo del monacato egipcio, por la experiencia que tuvo en el desierto de Calcis, “queriendo dar una explicación a Eustaquio… distinguía tres clases de mojes: los cenobitas, los anacoretas, más una tercera categoría: los remnuoth. De éstos últimos nos habla sin miramientos y los presenta viviendo con mayor frecuencia en las ciudades y pueblos, en grupos de dos o tres, sin estar sujetos a nadie – pendencieros, vanidosos, maldicientes, y, en los días festivos atracándose hasta el vómito-. Para abreviar simplifica un poco la complejidad de los hechos. Ateniéndose solamente a las dos clases de monjes”[9], y desde esa distinción, hecha por el santo, nos permite saber que había algunos de ellos que vivían de la caridad pública encerrados durante años en una celda, en las tumbas, montañas, y desiertos y finalmente y otros vivían solos, pero en comunidades cenobíticas compartiendo la liturgia y el acompañamiento espiritual.

3. San Antonio y el Anacoretismo.

La vida eremítica como vamos viendo fue iniciada por iniciada por Antonio, quien desconsolado por la pueril forma de vida de la cristiandad del momento, decidió abandonar su poblado natal e internarse desierto egipcio para imitar a Cristo. “Nació en Qemán, al sur de Masr (Menfis), el año 251. Pertenecía a una familia acomodada… perdió joven a sus padres. A los dieciocho o veinte años oyó el llamado divino: entregó sus tierras a sus vecinos, vendió sus muebles y distribuyó entre los pobres el reto de su fortuna, después de haber asegurado a una hermana que le quedaban los recursos indispensables. Se pone bajo la dirección de un aciano que, ya desde mucho tiempo, llevaba una vida ascética en un arrabal vecino: trabaja con sus manos, ora, lee la Biblia”[10].

Antonio, convencido de lo que deseaba, se instaló en las tumbas excavadas de la montaña contigua a su ciudad, pero luego, vio que era mejor ir al desierto y se instaló durante unos cuatro lustros en la bastión abandonada de Castellum en donde combatirá con los demonios, fieras y serpientes que manan de su milicia interior, hasta el momento en que decide salir de su soledad y abrir su carisma par que otros hombres desarrollen sus misma espiritualidad alrededor suyo. “Una gran cantidad de celdas, habitadas cada uno por un solitario se fundan y él es como su padre. Al eremita, se le atribuye numerosos milagros y curaciones físicas y morales… no se desinteresa de la vida de la Iglesia… combatirá a los arrianos y morirá a los ciento cinco años, el 17 de enero del 356 a cierta distancia de la ribera del mar Rojo”[11]. Su forma de vida cautivó a muchos, por eso, es considerado como el padre modelo de los anacoretas de su época, tanto así que en los últimos años de su vida “se unieron a él otros ascetas para recibir consejo y dirección”[12] espiritual, porque era un “hombre de una sola pieza, no hecho famoso por escritos o sabiduría mundana, ni por habilidad alguna, sino sólo por su piedad”[13], según Atanasio. Ese fue ser maravilloso fue este anacoreta un ser entregado por completo a sus trabajos y oraciones. No fue letrado, tampoco clérigo, pero supo siempre, que para amar y servir a Dios no hace falta ser sabio para los ojos y parámetros del mundo, sino sabio para amar la sabiduría divina que es un don preciado y que no tiene élites para manifestarse

La propuesta de vida que tiene la espiritualidad de Antonio está puesta en: la vida en el desierto, la lucha con el demonio, la ascética, la apatheía, la vida solitaria y la profundización en la sagrada escritura mediante la meditación atenta de ella, la oración y el trabajo. El monje tiene que estar internado en el desierto para obtener no una vida de completo reposo, sino de continuo combate “contra las agresiones multiformes del demonio… esparcidas por todas partes…. de las que el hombre tiene que cuidarse, para no dejar sucumbir su alma en el ara maligna. Entre sus habituales tentaciones, no había ninguna otra, según parece, más sutilmente temible que la que le sugería el demonio de mediodía… asediador del monje que causaba tedio abrumador para hacerlo disgustar con sus hermanos de su celda y consigo mismo… volviéndolo flojo y perezoso… debilitándolo así su vida espiritual… Pero esta acción interna y psíquica no es la única que ejerce el demonio. Se permite también intervenciones visibles, apariciones, a veces, aterradoras… las formas en que se manifiesta son las de un áspid, onagro, gallo, hipocentauro, bestia humana con piernas y pies de asno, dragón de setenta codos, monstruo de tres cabezas,… etiope feísimo, rostros hermosos y bellas formas de mujeres coquetamente vestidas… Los recursos que tiene el monje para hacer frente a las asechanzas demoníacas son: la señal de la cruz, las oraciones jaculatorias, los versículos de la escrituras,... la pureza de corazón que se adquiere, no en el reposo y la tranquilidad, sino con el esfuerzo continuo y la contrición del espíritu… liberador de la esclavitud de los sentidos,… las pasiones, la lujuria, el cuerpo y los apetitos,… hasta lograr la apatheia,… o la ausencia total de las pasiones,… como estado confinante con la inmortalidad y la suprema contemplación (theoría)… traductora de tranquilidad interior que las gentes del mundo envidian… Una vez logrado esto,… sus almas se inflaman de caridad y de amor divino…”[14] para dejar habitar plenamente en su cuerpo mente y alma a su Señor, algunos por un don han llegado al éxtasis y han experimentado con una felicidad enorme la compañía de Jesús en su ser.

4. Pacomio y el cenobitismo.

Los eremitas vivían solos y exponían al máximo su vida, por eso, Pacomio inserta un nuevo estilo de vida, que es la cenobítica, basada en la vida en común y no en el aislamiento total. Este gran reformador “nació hacia el año 287 en la Tebaida superior, siendo joven soldado bajo Maximino Daya había entrado en contacto con el cristianismo, se hizo bautizar luego de acabado su servicio militar, y posteriormente pasó a vivir junto a un ermitaño por nombre Palamón. Al cabo de varios años… entre el 320 y 325, creó en la proximidad de de Tabennisi, en el alto Egipto, una comunidad de monjes, cuyos miembros, aceptando una regla compuesta por él, se comprometían a llevar una misma forma de vida ascética bajo la dirección de un superior”[15] para que el convento no se convierta en un caos o en un lugar en el que cada quién hace lo que quiere. La estructura permite la oración, la vida común y el trabajo.

La reforma que llevará a cabo Pacomio tiene un proceso de formación y de aceptación de su regla. La primera comunidad que funda es la de Tabennisi, luego este lugar resultó muy pequeño y para vivir la espiritualidad fundó otra en Pbow, Schenesit, Temuscón y Tebión. “Y extendiéndose más… fundó monasterios en los alrededores de la ciudad de Akmin y en Femún. Entretanto, se había construido dos monasterios de mujeres, uno en Tabennisi, bajo la dirección de la hermana de Pacomio, y el otro en Tesmine. La congregación pacomiana comprendía, pues, en total nueve monasterios de hombres y dos de mujeres. Los sucesores fueron varios, pero en particular Teodoro gobernó durante dieciocho años… se dedicaron a al perfeccionamiento de la vida monacal pacomiana. Teodoro construyó dos monasterios junto a Schmoun, otro cerca de Hermóthis y otro no lejos de Tolemaida,… murió en el 368. El cenobitismo pacomiano, no hay que concebirlo como una especie de desaprobación y corrección del anacoretismo;… sino como una… conciencia clara de la ventajas que tiene la vida en común… frente a la vida en soledad,… para la perfección espiritual del monje en base a una regla... y el trabajo como precepto divino ineluctible… El monasterio estaba formado por varios recintos, rodeado por un alto muro de clausura,… cada religioso tenía su celda, pero, más tarde tres monjes la compartían… Había una iglesia, un refectorio, una cocina, una despensa, un patio o jardín, una hospedería… Su vestido era de lino…. Se imponían la obediencia,… y no podían ser sacerdotes. Pero la regla pacomiana no era tan rígida como la de sus contemporáneos, aunque hubo uno de sus sucesores, llamado Shenute, que lo llevó a un radicalismo extremo la regla, por su carácter irascible y fogoso de perfección”[16].

El aporte pacomiano es elemental para la futura vida monástica de oriente y occidente, porque fue el primer monje que escribió la primera regla para los monjes; teniendo como fundamento de toda su norma la “Koinonía, como fuerza de atracción interna y externa”[17] afianzada en la humildad de vida y la pobreza en el cenobio.

5. San Basilio, reformador del cenobitismo.

El monacato egipcio tuvo una prolija proliferación por todo su medio. Sedujo a muchos cristianos, tanto, que durante un lapso pequeño de años fue puesto a adaptaciones en el Asia Menor y otros lugares para servir de puente y de cimiento de las bases monásticas del medioevo y de nuestro tiempo. “El iniciador de la vida monástica en Armenia, Paflagonia y el Ponto fue, según Sozomeno, aquél Eustacio de Sebaste, a quien algunas divergencias en el dogma debían separar de San Basilio,… el organizador de la nueva vida en común de los monjes”[18] basada en una nueva regla de vida en común.

San Basilio nació en “Cesarea de Capadocia. Fue educado profundamente en la fe cristiana. De los diez hijos que tuvieron sus padres, tres fueron obispos y una hija se hizo religiosa. Hacia los veinticinco años, una especie de crisis moral le decidió a renunciar a la carrera de retórico, en la que estaba empeñado. Resuelto a hacerse monje, emprendió en el 357, a pesar de su salud precaria, un viaje a través del oriente con el objeto de estudiar la vida monástica dondequiera que floreciese, en Egipto, Celesiria, Palestina, Mesopotamia. De vuelta ya en su patria, se instaló no lejos e Neocesarea, frente a Annesi, sobre el Iris, donde en compañía de algunos ascetas agrupados alrededor de él, llevó una vida de mortificación”[19] aprendida en sus viajes para luego dar el paso decisivo en la reforma del cenobitismo. Las ideas que tuvo sobre la estructura, vivencia y regla del monacato fueron claras, pero hizo énfasis en la obediencia, pobreza y castidad del monje, para sostener las otras virtudes, limitó los ayunos particulares; incitó al trabajo, a la meditación de la Sagrada Escritura, con la finalidad de que el monasterio llegue a ser una auténtica comunidad en la que cada cual trabaja por la salvación de todos, con nobleza, dulzura y abnegación.

La forma de vida monástica propuesta por Basilio es fue acogida posteriormente por los monasterios y monjes occidentales comenzando por “Rufino y Casiano, pasando por San Benito de Nursia y llegando hasta Benito de Aniano que le asignó un puesto en su concordia regularum,… porque era de un alto espíritu humano y religioso,… ”[20]. Pero, junto a este santo, tenemos que hablar de otro gran hombre del Asia Menor, San Nilo, que vivía en el monte Sinaí, fue muy apreciado por su espíritu ascético y espiritual.

6. El monacato en otras regiones del oriente.

El oriente, especialmente Egipto, fue la cuna del monaquismo; pero rápidamente, el estilo de vida propuesto en la tierra de los faraones, se extendió por Palestina, Siria, Bizancio, Persia, Mesopotamia y Armenia. En la Palestina, según San Jerónimo, el que inició, la vida eremítica, hacia el 307, después de haber tomado contacto en Egipto con el mismo Antonio fue Hilario, a quién, después de 22 años de vida ascética, le siguieron muchos de Siria y Egipto por sus milagros[21]; pero no conformaron una vida cenobítica, sino anacoretita. Eso quiere decir, que el monacato palesteninense asumió dos formas diversas. Por una parte, colonias de ermitaños, a lo largo de la costa de los filisteos, en el desierto de Judá, y otros diversos puntos, famosos por los episodios bíblicos; por otro lado “los monasterios fundados y dirigidos por los occidentales: el monasterio femenino de Melania, en Jerusalén; el monasterio de hombres, dirigido por Rufino, en el monte de los olivos, los de Paula, Eustoquio y San Jerónimo en Belén… y los de Piniano y Melania”[22] que perduraron hasta la época de la invasión de toda la Tierra Santa.

Siria, fue también, otro de los centros de proliferación del monaquismo en los alrededores de las ciudades de “Antioquía, Berea y Calcis, muchos ascetas vivían en el desierto y se entregaban a prodigiosas mortificaciones que les atraían un gran prestigio entre las poblaciones campesinas.”[23] La ascética en Siria fue aceptada con particular apertura, en incluso, desde el siglo II había encratistas, quienes con sus rigorosas exigencias renunciaban “al uso del matrimonio, así como de abstinencia de vino y carne”[24], facilitando de ese modo la incrustación de ascesis cristiana en el medio pagano. Teodoreto es el que describe de forma muy plástica la vida de los monjes en su obra: Historia de los monjes, e aquí un extracto de lo que dice: “Los monjes, unos combaten en comunidad; de tales conventos los hay a millares; otros escogen la vida eremítica y sólo tienen interés en tratar a Dios. Otros glorifican a Dios morando en tiendas y chozas, otros en grutas y cuevas. Otros… soportan las inclemencias del tiempo. Ora se ven ateridos bajo fríos extremos, ora arden bajo los rayos de un sol abrazador. Unos se mantienen en pie sin interrupción, otros reparten el día sentados orando. Los hay que se recluyen en muros y evitan el comercio con los hombres, otros renuncian a tal segregación y están a la disposición de todos los que desean verlos…”[25] Esa es la vivencia. Lo que llama más la atención, del eremitismo sirio, es el Estilitismo, fundado por Simeón el Viejo hacia el 390-459 y porque sirvió a Jerónimo para introducirse en la vida ascética. En Bizancio, Persia, Mesopotamia y Armenia, se fue paulatinamente instalando el ascetismo desde el siglo IV- V. Los primeros eremitas en estas regiones fueron: Aonés y Narcés.

III. La génesis del monacato en occidente.

La vida monacal tiene sus orígenes en oriente como vamos viendo y paulatinamente se fue extendiendo hasta llegar a occidente. El primero en traer la “noticia del nuevo género fue San Atanasio, durante su estancia de exilio en Roma y Tréveris. También contribuyeron… Jerónimo y Martín de Tours. En tours se erigió el primer monasterio… dos siglos antes de Benito…. Las bases de la vida monástica fueron… el trabajo manual y la oración”[26]. La influencia que tuvieron en la cultura, ciencia, filosofía y teología fue importantísima, porque gracias a ellos se pudieron evangelizar varias partes de Europa y mantener la sabiduría tradicional, artística, intelectual y literaria del continente, que no pudo ser cultivada por el común de la gente y que logró preservarse en el monasterio.

El que dio forma al monacato occidental fue Benito de Nursia (480-547) por medio de la introducción de unas reglas que llevan su nombre para organizar la vida del monje y del convento. “La regla de benito es un código magistral… y fue hasta el siglo XIII la única regla vigente en occidente…. Para elabora la regla se inspiró sobre todo en la Sagrada Escritura y en los Santos Padres latinos; utilizó,… la regla de san Basilio. Centró la vida de los monjes en el adagio ora et labora como forma de culto divino… Añadió a los tres votos la de stabilitas loci. Reguló la vida comunitario del convento en función del Abad… como representante de Dios”[27]. Para profundizar mejor en el monaquismo occidental veamos su desarrollo inicial en Roma e Italia, la Galia y África.

1. En Roma e Italia.

La forma de vida que ofrecía el monacato fue atrayente, porque daba una alternativa para vivenciar mejor la fe cristiana en una época marcada por la cristiandad. Jerónimo nos cuenta en sus escritos que fue la clase alta de la sociedad romana la que se apasionó por este nuevo modus vivendi. Para corroborar el dato veamos este extracto de texto: “En aquél tiempo, ninguna mujer noble conocía, en Roma, la profesión de los monjes, ni, por la novedad de la cosa, se atrevía a tomar un nombre que entonces las gentes consideraban ignominioso y vil. Marcela conoció por los sacerdotes alejandrinos, el obispo Atanasio y, más tarde, por Pedro –los cuales, huyendo de la persecución causada por la herejía de Arrio, se había refugiado en Roma, como en el puerto más seguro de su comunión la forma de vid del bienaventurado Antonio, que aún vivía, los monasterios de Pacomio en la Tebaida y la disciplina impuesta a las vírgenes y viudas. Y no se avergonzó de abrazar una profesión que ella sabía era agradable a Cristo. Después de muchos años la imitó Sofronia, y otras hicieron lo mismo”[28], porque todo parecía muy seductor y encantador.

El promotor de la vida monástica, no cabe duda, fue Jerónimo durante su segunda estancia en Roma del 381-384, llegando a ser como el capellán, de las mujeres de la aristocracia romana dispuestas a vivir el monaquismo. Las mujeres más conocidas son: “Asela, Marcelina, hermana del obispo de Milán, Irene, hermana del papa Dámaso, quienes, en un principio llevaban, todavía dentro del seno de sus familias, una vida de virginidad, o bien, siendo viudas, como Marcela, habían optado por una forma ascética. Luego se fueron reuniendo cada vez mas en grupos ascéticos mayores, o en agrupaciones domésticas, entre las que desempeñaban un papel especial… las distinguidas damas romanas Lea, Paula, Melania la Joven y Proba… que optaron formar grupos de vida en sus casas de campo, dando así apertura a la vida monástica posterior… este complejo mundo… es regido por San Agustín, quien da por primera vez, los datos de que en Roma había un grupo de doncellas y viudas viviendo en comunidad y que su sustento lo deben al trabajo manual y tienen un reglamento, según el cual asumen su dirección moral y espiritual… en el que la caridad es el precepto supremo…”[29] Este paso que dieron las valientes mujeres inducirá a los hombres a la vida monástica y en especial será promovida por los papas Dámaso (366-384), Siricio (384-389), Inocencio I (402-417) y Zoísmo (417-418). El primer monasterio, femenino, fundado fue en las Catacumbas junto a la basílica del mártir san Sebastián en el tiempo de Sixto III (432-440), su sucesor León I fundará otro Junto a la basílica Vaticana. En Italia el primer “eremita insular fue Martín de Tours,… y otros en la isla del Gorgo,… Tiento…, también otro precursor es Bonoso (374)… y la comunidad de Vercelli… predecesora del monastrium clericorum de Agustín en Hipona… y de otros lugares de la tierra de los ítalos”[30] que posteriormente influirán en la liturgia, teología y otros formas de vida propias del cristianismo medieval.

2. En la Galia.

La llegada del monacato a occidente marcó un hito nuevo en la historia religiosa de los pueblos. “En las Galias se puede suponer la existencia de un ascetismo premonástico, aun cuando los testimonios son relativamente escasos y de fecha un tanto tardía. Un edicto del emperador Valentiniano I (del año 370), que exime de ciertos impuestos a las vírgenes consagradas a Dios en las Galias, presupone la existencia del ascetismo femenino; también lo presupone un canon del concilio de Valence (374), que se ocupa de las vírgenes que habían abandonado su estado anterior. En Tréveris se conoce por la misma época la institución de las vírgenes deo dicatae, y todavía antes del final del siglo un decreto del papa Dámaso o de su sucesor Siricio… La fundación masculina… pasa por el nombre de san Martín de Tours…”[31], quien hacia el año 360, tras haber sido ordenado sacerdote, se instaló muy cerca de Potiers, “en Ligugé, para vivir como ermitaño. Allí permaneció unos diez años. Consagrado obispo de Tours al 371 ó 372, no quiso cambiar ni su vestimenta ni su régimen de vida”[32], forma de vida, por cierto, que atrajo a muchos a que siguieran su ejemplo de bienaventurado maestro.

La espiritualidad martiniana del monacato tiene como rasgo característico la pastoral y misión, eso hizo posible que la segunda generación, después de la muerte de Martín, se fundará en Lérins una nueva comunidad a principios del siglo V, que llegará a ser uno de los centros más prósperos del pensamiento católico en las Galias. De este monasterio saldrán figuras emblemáticas como la de Juan Casiano, Salviano de Marsella, Fausto de Riez y “el enigmático Vicente de Lérins, autor del commonitorum, donde se lee la célebre formula tantas veces invocada, pero tan raramente aplicable: quod ubique, quod Samper, quod ab ómnibus creditum est, que será el criterio generalmente adaptado por la verdad dogmática”[33] en las cuestiones concernientes a nuestra fe cristiana.

3. En África.

La parte norte del continente africano también se vio tocado por el monaquismo y el que promovió fervorosamente este modo de entrega a Jesús fue San Agustín de Hipona, en base a la fuga mundi y al total desprendimiento de las cosas materiales. El santo inició la vida monástica en compañía de “algunos hermanos que el viejo Valerio le había prestado para hacer sacrificio de su fortuna…. Una vez elegido obispo, formo un monasterio y puso a vivir… a sus clérigos con él; participaban de su casa y de su mesa; el alimento y el vestido se contaban entre los gastos comunes… en su casa jamás vivió mujer, ninguna….”[34]. Esa forma de vida se extendió raudamente por todas las provincias más cercanas gracias a la cantidad innumerable de discípulos santos y doctos que tuvo el Obispo. La regla que impuso fue la de oración, trabajo, reflexión y análisis de la Sagrada Escritura, perfectamente expuesta en la opera monachorum que ha influido fuertemente en la configuración regular del monaquismo de la alta edad media en todo el occidente.

IV. El monacato y la opinión pública.

La vida monacal en sus albores provoco toda clase de reacciones en la sociedad pagana y cristiana. Unos lo veían con buenos ojos, otros no, porque significaba pérdida de tiempo, de personas y de personajes importantes para la vida social y publica de los conglomerados culturales de la época, tanto en oriente como en occidente. Eso quiere decir que unos lo valoraron muchísimo y otros lo repudiaron.

1. Desde los ojos paganos.

La óptica que tenía el mundo pagano del monaquismo está anclada en las oposiciones y hostilidades para que esta forma de vida no se impregne en los distintos guetos sociales y culturales de oriente y occidente. “Los escritores no perdían la ocasión de dar su merecido a estos monjes, enemigos de los goces naturales, desertores de la vida social, que no iban a las ciudades sino para fomentar sediciones o destruir los templos de los dioses. Juliano hacia mediados del siglo IV… se volvió iracundo contra ellos… lo mismo Libiano… por ser latricidas… El retórico Eunapio de Sardes… les reprocha el haber fomentado el culto absurdo a los mártires… y la traición a la patria por su estilo de vida… También, hay que citar los celebres pasajes de aversión a los monjes de… Rutilio Claudio Namaciano… acusándoles de filtros de cirse”[35]. Como vemos, el mundo pagano los despreciaba, porque rompía los esquemas convencionales de la época.

2. Relación entre el estado cristiano y los monjes.

La vida monástica frente al estado fue mal vista, porque los monjes influían de manera preponderante en la vida de las ciudades y pueblos. Las legislaciones y el gobierno se hacían difíciles para los emperadores, con estos hombres que no hacían servicio militar, ni tampoco, ni tampoco se sometían el reglamente civil que la política del pueblo exigía. Valente, emperador, reprimió las iniciativas monásticas en Alejandría, contra la lucha arriana y proarriana. “Teodosio, tras los desmanes de los mojes en la ciudad de Alejandría, quemando una Sinagoga, se decidió a promulgar, el dos de septiembre del 390, una ley por la cual prohibía a los monjes vivir en las ciudades y los confinaba a los deserta loca et vastae solitudines. El 9 de abril del 392, prohibió a los monjes, lo mismo que a los clérigos intervenir ante las autoridades para suspender la ley de ejecución de los delincuentes a los que la ley denegaba el derecho de apelación. En julio del 398, sus hijos Arcadio y Honorio reprimieron ”[36] del mismo modo, porque consideraban a los monjes agentes nocivos para la vida y estabilidad del estado y la política.

3. Relación entre cristianos y monjes.

La relación que se tejió entre cristianos y monjes está marcada por relaciones cordiales y tensas. En ese ambiente nacen los panegiristas como Crisóstomo, Jerónimo, Ambrosio y Agustín alabando la forma de vida que llevaban los monjes. Frente a esas loas en favor del monaquismo estaban los detractores en oriente como en occidente. Las familias preferían a sus hijos muertos a que convertidos en monjes. “Los maldecían, los perseguían, los detestaban; ejercitaban con ellos casi todos los malos tratos con los que la impiedad de la judíos abrumó al salvador, ante de llegar a la efusión de una sangre divina… Los obispos, sospecharon de la vida monástica… pero no hubo separación completa,… aunque si relativa, porque… elementos sospechosos se habían infiltrado en los monasterios; demasiados monjes “giróvagos” se sustraían a toda disciplina; un gran número de belicosos turbaban las ciudades. El concilio de Calcedonia definirá claramente las prerrogativas episcopales”[37] frente a la comunidad de monjes y las atribuciones que estos se pueden tomar en la vida de la Iglesia y la comunidad poblacional.

4. El movimiento antimonástico en occidente.

La cultura grecolatina no comulgaba con la vida de los hombres y mujeres que optaban por la configuración con el señor por medio de la introducción en la vida ascética en un monasterio. El primero en levantar su voz de protesta fue Helvidio. Este personaje romano, atacó la virginidad de maría para echar por los suelos el celibato monacal. Su mayor contrincante, defendiendo la virginidad, fue Jerónimo. Otro que atentó contra la pureza de la virginidad fue Joviniano, pero fue combatido por Jerónimo y Ambrosio de Milán. “Trece o catorce años mas tarde, en el 406, Jerónimo tuvo que romper lanzas con un sacerdote de Calagurris, de nombre Vigilancio… quien ataco la fuga mundi y la virginidad. Jerónimo le respondió duramente. Esto nos invita a pensar que los enemigos del ascetismo no fueron salidos de la nada, y sólo de fuera de los monasterios, sino que salieron, incluso de los mismos conventos, pero que fueron combatidos”[38] sin temblores de mano por los santos padres latinos.

5. Peregrinaciones masivas al oriente para el encuentro con los monjes.

Las resistencias que vamos viendo hasta el momento, no fueron obstáculo para que este hermoso itinerario de vida tome forma y se fortalezca paulatinamente hasta llegar a ser la cuna de la civilización en occidente durante el oscurantismo medieval. Las primeras peregrinaciones a Tierra Santa nacen para fortalecer la vida monacal que había nacido en Jerusalén y Belén. Los otros lugares de visita fueron el delta del Nilo y las partes del alto Egipto para contemplar la vida de los eremitas ahí instalados.

Los lugares antes mencionados fueron visitados por personajes ilustres como: Rufino, Jerónimo, Atanasio y otros. El documento que nos deja vestigios mas claros sobre esta costumbre es la “Peregrinatio… de Rufino, en la que encontramos una multitud de datos topográficos, bastante detallados como para que la ciencia pueda aprovecharse de ellos. La filología recoge locuciones del latín popular tardío. Pero, sobre todo, el enriquecimiento es sensible en lo que atañe a la historia de la liturgia”[39] y la forma de vida de la sociedad de los primeros siglos del monaquismo en oriente y Tierra Santa.

6. Aporte a la humanidad[40].
En un mundo plural y de paradigmas científico-técnicos, hace falta la compresión interior del ser humano y de toda su experiencia existencial. Los Padres del Desierto, en la época patrística y monacal comprendieron a este ser ansioso de comprensión espiritual y lo llevaron por medio de la ascesis a un conocimiento místico del cristianismo. Son sin duda, los grandes psicólogos de la humanidad de su época, porque su espíritu contemplativo y práctico es referente inmediato al mismo Cristo. Hoy, fieles a la tradición, es urgente que como cristianos tomemos consciencia de nuestro legado, y sin traicionar la Tradición y al humano actual, consideremos notablemente en nuestra praxis la vivencia de estos hombres. Si bien, su terminología y o concepción antropológica puede estar pasada de moda, pero el conocimiento del ser humano que realizaron en su relación con Dios-Iglesia-Cristo, es sin duda, un encuentro intimo con la mas profunda realidad humana guiado por el Espíritu de Dios que no quiere la muerte de sus creaturas, sino la vida, y la vida en su Hijo, en Jesucristo.
El conocimiento del cristianismo que realizaron estos hombres y mujeres del siglo III en adelante no es intelectual, sino práctico y experiencial en la perfección cristiana. Los padres del desierto cenobitas y anacoretas son los personajes de la historia de la humanidad que han conocido a profundidad el corazón del hombre frente a su propia finitud y a la infinitud de Dios. Su ascetismo les llevo a la renuncia de si mismos y a la renuncia del corazón, porque su objetivo fue llegar a lo más profundo del alma del ser humano y desde ella buscar la pureza de corazón que es la caridad absoluta, realidad, que por cierto, elimina de si todo narcisismo, egoísmo, debido a que mantiene en una comunión intima con Dios. Casiano en defensa y purificación de ese estilo de vida afirmará en su libro las instituciones que “de nada vale el ascetismo corporal si no hay renuncia interior”, eso quiere decir que se debe dejarlo todo incluso el espíritu en el de Dios. Para lograr esa liberación es necesario un combate constante con los agentes invisibles del mal por medio del discernimiento de espíritus.
Al realizar una mirada panorámica de la humanidad, nos damos cuenta que ésta, actualmente, no vive plenamente la vida, porque su ser con su hacer está disociado, quebrado y roto. Hoy no hay espíritu contemplativo, simbólico, e interiorzante, debido a que su mundo le falta armonía. Su relación con el otro es cuasi nula. Su conocimiento científico limita la posibilidad de trascenderse y de trascender su propia realidad. Vive en un hedonismo. Lucha por ser autónomo, pero no sabe como hacerlo, por eso, es importante el aporte de los padres del desierto y monjes a la cristiandad y a la humanidad de nuestro tiempo para que nos conozcamos a fondo y desde ese conocimiento nos relacionemos mejor con Dios-semejantes-mundo-historia e interior de cada uno.
Conclusiones
El monaquismo nació en oriente y lentamente se fue expandiendo a occidente. Los padres de esta nueva forma de vida son: Antonio, Pacomio, Basilio y Benito, quienes desde una opción personal contagiaron a muchos hombres y mujeres que empezaron a vivir en comunidad en los monasterios en base a una regla. La fuente de su ascética está cimentada en la rumia de las Sagradas Escrituras, la fuga mundi, la oración, el trabajo, la lucha interna con los demonios y la profundización intelectual en la Sagrada Escritura.
El modelo a seguir de los ascetas es la de sus fundadores que empezaron a vivir en los desiertos y en los lugares apartados de la ciudad, pero paulatinamente tuvieron seguidores y se hizo necesaria la introducción de una regla para regular la vida del monje. Los papas y los concilios legalizaron esta práctica, aunque la sociedad y los propios cristianos no veían con buenos ojos esta opción de vida. La vida en el monasterio está traducido en la entrega total del cuerpo y del alma a la ascesis y al contemplación, de ahí el adagio benedictino: “Ora et Labora”.
El monacato contribuyó a la conservación de la cultura en la época del oscurantismo medieval, porque fue el único lugar en el que se aprendía a leer y cultivar la mente, la retórica, el arte, y la cultura. Los conventos fueron los centros de instrucción académica y de protección para los plebeyos. La prole se organizaba en torno a la vida de un convento. Esa dinámica se mantuvo activa hasta la aparición de las ciudades, ciudades estado y universidades.
El aporte que estos hombres hicieron a la humanidad es importantísimo, porque ayudaron a comprender mejor al ser humano en su dimensión psíquica y espiritual. Su concepción de cuerpo y alma, de mundo y Dios, de hombre, a lo mejor no es la más actual; pero es riquísima porque gracias a su impulso ascético lograron ser los primeros psicólogos de la humanidad, porque buscaron dominar las pasiones, los impulsos y el cuerpo en todas sus dimensiones a través de la ascesis, ayuno, oración y penitencia, como una nueva forma de martirio.
Los detractores pueden ver en ellos hombres que no les gusta vivir la vida, que tienen miedo a la vida, que son unos cobardes para huir mientras el mundo sufre hambre, o vive totalmente distinto; pero eso no es cierto, porque la opción que hacen como seres humanos está anclada en la libertad y en un principio de fe que pretende responder a una configuración con aquello que creen y profesan como cristianos. Su opción es una opción por Cristo, que no sólo es mero voluntarismo, sino entrega total, desligue de las cosas materiales de modo consciente y fiel al evangelio para hacer vida este dicho: “ Y dejándolo todo lo siguieron” (Cf. Lc 5,11).


REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. “Historia de la Iglesia Tomo I: La Iglesia del ImperioI”, EDICEP, Valencia, 1977.

HERTLING, Ludwing. “Historia de la Iglesia”, Volumen 41, Herder, Barcelona, 1989.

JEDIN, Hubert. “Manual de Historia de la Iglesia II”, Herder, Barcelona, 1980.

LORTZ, Joseph. “Historia de la Iglesia I”, Cristiandad, Madrid, 1982.
PADILLA NAVARRO, José Arturo M.SP.S., “Kirios”, pág., 09-16.


[1] “Edicto de Milán… firmado por Constantino en el 313… para declarar a la iglesia como Iusta Religio…. ” (HERTLING, Ludwing. “Historia de la Iglesia”, Volumen 41, Herder, Barcelona, 1989, pág., 90-92).
[2] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. “Historia de la Iglesia Tomo I: La Iglesia del Imperio”, EDICEP, Valencia, 1977, pág., 329.
[3] Ibid., pág., 330.
[4] Ibid., pág., 330-331.
[5] Ibid., pág., 331-334.
[6] Ibid., pág., 344-352.
[7] JEDIN, Hubert. “Manual de Historia de la Iglesia II”, Herder, Barcelona, 1980, pág., 458.
[8] LORTZ, Joseph. “Historia de la Iglesia I”, Cristiandad, Madrid, 1982, pág., 193.
[9] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 353.
[10] Ibid., pág., 353-354
[11] Ibid., pág., 354.
[12] LORTZ, Joseph. o.c., pág., 192
[13] HERTLING, Ludwing. o.c., pág., 112.
[14] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 354-360.
[15] JEDIN, Hubert. o.c. pág., 471.
[16] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 360-364.
[17] JEDIN, Hubert. o.c. pág.,478.480.
[18] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 364-365.
[19] Ibid., pág., 365-366-
[20] JEDIN, Hubert. o.c. pág., 504.
[21] “No hubo con anterioridad ningún monasterio en Palestina; nunca se había visto monjes en Siria antes del bienaventurado Hilarión: él es el fundador y modelo de este género de vida y de esta disciplina en aquella provincia. En Egipto tenía el Señor al viejo Antonio; y en Palestina, al joven Hilarión. Ya añade Jerónimo, después del relato de diversos prodigios realizados por su héroe: el ejemplo de Hilarión suscitó en toda Palestina innumerables monasterios, y todos los monjes rivalizaban en conocerlo” (FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 366.)
[22] Ibid., pág., 366. y JEDIN, Hubert. o.c. pág., 490-493.
[23] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 366.
[24] JEDIN, Hubert. o.c. pág., 493-494
[25] Ibid., pág., 495
[26] LORTZ, Joseph. o.c., pág., 194.
[27] Ibid., pág., 195.
[28] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 368.
[29] JEDIN, Hubert. o.c. pág., 513-515.
[30] Ibid., pág., 515-518
[31] Ibid., pág., 519.
[32] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 372.
[33] Ibid., pág., 373.
[34] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 373-374.
[35] Ibid., pág., 374-377.
[36] FLICHE, Agustín y MARTÍN, Víctor. o. c., pág., 377.
[37] Ibid. pág., 380.
[38] Ibid., pág., 381-382.
[39] Ibid., pág., 386.
[40] Este epígrafe muestra un resumen tomado de PADILLA NAVARRO, José Arturo M.SP.S., “Kirios”, pág., 09-16

miércoles, 25 de agosto de 2010

Espiritualidad del Sacerdote Diocesano

Introducción

La Iglesia en sus ambientes alberga una enorme cantidad de espiritualidades de vida laica y de vida consagrada. La espiritualidad del sacerdote diocesano está enmarcada dentro de consagración de su vida al servicio de la Iglesia y la comunidad mediante votos específicos que pretenden dar forma a la opción que hace libremente como cristiano comprometido con Dios, Mundo e historia. Los consejos evangélicos son los puntos neurálgicos de la vocación sacerdotal y forman un punto a trabajar y vivir como don y tarea por parte del sacerdote.

El ministerio del sacerdote diocesano tiene un principio evangélico y trinitario en que se funda, un entorno eclesial en el que ejerce, una opción personal, un llamado que se recepciona en la libertad y unos retos particulares incrustados en el seno de la cultura, la historia y la sociedad. Por estos motivos fundantes, en este trabajo abordaré en el primer capítulo el principio evangélico y trinitario de la espiritualidad en base a la transparentación del Emmanuel, por parte del sacerdote en su vida práctica; la opción por el reino y los consejos evangélicos y la opción por Jesús y su ministerio. En el segundo capitulo desarrollo la eclesialidad del ministerio sacerdotal en función de la vida de servicio, comunión y vida que el sacerdote transmite y vive. En el tercer capítulo me centro en la vivencia en si de la espiritualidad del sacerdote diocesano. Y en el cuarto capítulo hago algunas observaciones sobre los retos a los que la espiritualidad del sacerdote diocesano tiene que hacer frente que oscilan desde retos socio-antropológicos, hasta personales, comunitarios y eclesiales.

I. Principio evangélico y trinitario de la espiritualidad del sacerdote diocesano.

1. El sacerdote Diocesano transparentando al Emmanuel.

Jesús el hijo de Dios puso su tienda entre nosotros (Cf. Jn 1,13), se encarnó, se abajo (Cf. Ef 2, 10) porque tuvo que colocar al Dios altísimo en nuestra propia historia, haciéndose pobre, adoptando nuestra temporalidad y limitaciones, pero menos el pecado. Ese Dios es el que camina entre nosotros, se contamina de nuestra contingencia y con esa actitud revela su amor infinito que viene a restablecer el universo y la humanidad rota por el mal y el pecado (Cf. Ef 4,10).

El Emmanuel (Cf. Mt 1,22-23), es la presencia divina en la historia de la humanidad, y viene a traer cambios notorios en las estructuras de la sociedad para que el pobre, el huérfano, la viuda y el excluido sean reconocidos e insertados en la vida normal y activa del pueblo. Jesús, el enviado del Padre (Cf. Jn 3,16) es consciente al inicio de su ministerio que el es el Emmanuel y que el Espíritu de Dios está sobre él (Cf. Lc 4,18) para dar cumplimiento a lo que había predicho el profeta. Desde ese momento su ministerio tratará de transparentar la imagen viva de Dios con nosotros.

El Sacerdote Diocesano, en función de su ministerio recibido por medio del Espíritu Santo de Jesucristo y puesto al servicio de la Iglesia sacramento del Hijo, es el hombre que nos acerca constantemente a la realidad infinita y nos transparenta como discípulo, “amigo,… servidor,… ministro,… y buen pastor”[1] el amor de Dios a la humanidad mediante su opción de vida. Sus acciones hablan del Emmanuel en el momento en que opta por los pobres, excluidos, indefensos, enfermos, ancianos, niños y leprosos de la sociedad. Es un pastor, como el pastor de Israel (Cf. Sal 23). Es refugio y fortaleza (Cf. Sal 46) para el abatido como lo es Dios (Cf. Sal 22). Escucha atentamente el clamor del pueblo que se le ha encargado. Se compromete en las luchas, como lo hace Dios Shebaot con Israel. No calla en el momento del silencio, hace eco de su voz cuando los sin voz son oprimidos y mutilados por el pecado y las estructuras del mal. Es portador de buena noticia y de cambio (Cf. Is 7).

2. La opción por el Reino y la vivencia de los consejos evangélicos.

Dios Padre crea todo lo que existe en el universo (Gén 1ss.) no quiere que la humanidad perezca, y envía a su Hijo Único para que con su ministerio volvamos a él, porque él nos amo primero (Cf. 1Jn 4,10). El amor de Dios, nos permite proclamar por medio del Espíritu que él nos ha dado de todo lo que hemos visto y oído (Cf. 1Jn 4,14). Jesús el enviado de Dios vino a mostrarnos el amor Dios (Cf. 1Jn 4,8), y a instaurar el Reino en el que el único rey es Dios en el que “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena nueva” (Cf. Mt 11,4-5). La instauración del Reino de paz, verdad y libertad implica conversión (Cf. Mc 1,15; Mt 3,2) de los “corazones de piedra en corazones de carne” (Cf. Ez 36,26-32) abiertos al mensaje de la buena nueva que es Jesús (Cf. Mc 1,1).

La opción por el Reino implica una renuncia total a las riquezas que nos atan para no ser verdaderos discípulos de Jesús (Cf. Mc 12,41-44). El seguimiento es itinerario de cruz. Es la negación de uno mismo (Cf. Mc 8,34). Es la entrega radical al servicio (Cf. Mc 10,44) en pobreza, castidad y obediencia que son mandatos evangélicos. Los mandatos han de entenderse como un “acto de humildad y de capacidad para llevar la cruz a imitación de Cristo”[2]. El sacerdote no puede creer que por guardar estos mandatos es superior a los demás cristianos, al contrario, esta forma de vida radical deber formar en su persona un espíritu lleno de caridad y abierto al dialogo, con el mundo y la humanidad desde una óptica amorosa.

El sacerdote ha de ser el que coopere activamente en la instauración del Reino en la tierra continuando la obra de Jesús en y con la Iglesia. Los consejos evangélicos que vive tienen que hacerlo caer en la cuenta de que: “el celibato, la obediencia y la pobreza cristalizan una forma especifica de seguimiento… que sólo el hombre de Dios y discípulo de Cristo puede ejercer su misión ministerial con credibilidad y provecho”[3] para que el mundo viendo y oyendo de lo que se vive pueda creer y convertirse a la buena nueva anunciada él como seguidor de Jesús.

3. La opción por Jesús y su ministerio.

Jesús hace presente las realidades divinas en las humanas. Abre los cielos para que podamos acceder a la contemplación absoluta de Dios. Habla con la verdad. Su palabra tiene autoridad e incide en los corazones para que estos cambien de un habitáculo tenebroso a la luz (Cf. Jn 3,1ss.) y puedan proclamar como la samaritana, después del encuentro profundo con él, que él es el Señor (Cf. Jn 4,11) capaz de dar la vista que por años había estado cubierta de cataratas obstaculizando la visión (Cf. Jn 9). Así es como el Maestro ejerce su ministerio (Cf. Mc 10,45) y su ser sacerdote, profeta y rey. No tiene otro servicio más que el de entregarse por completo a la liberación del ser humano en todas sus dimensiones. No se reserva nada para sí, se da por completo e invita a seguir su ejemplo y a “amarnos los unos a los otros como él nos ha amado” (Cf. Jn 13,34), para que el mundo viendo como nos amamos diga que somos discípulos suyos (Cf. Jn 13,35) y que tenemos a él como camino, verdad y vida (Cf. Jn 14,6).

La opción por Jesús y su ministerio es ser: sal de la tierra y luz del mundo (Cf. Mt 5,13-16) como lo fue y lo es él (Cf. Jn 8,12) levantado en lo alto, para que todo el que lo vea crea y tenga vida eterna (Cf. Jn 3,14-15). El sacerdote si ha optado por Cristo, no puede titubear, porque: “el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no es digno de él”, tiene que ser capaz de expresar en su vida todo lo que va recibiendo de Dios por obra y gracia del Santo. Su virtud principal deberá ser la caridad pastoral, y si llegare a faltarle este don, no podrá ejercer con transparencia el magno ministerio al que ha sido llamado y elegido de entre los hombres para santificar al pueblo como lo hace Jesucristo[4].
La caridad pastoral [5]es “el vínculo de la perfección sacerdotal”[6] que existe entre la praxis con el ejercicio del ministerio de Cristo entendido desde el “amoris officium”[7] que abraza “com-pasi-vamente” (cf. Heb. 4, 15) toda la realidad mundana y a toda su comunidad desde la autodonación amorosa como lo hace el mismo Dios. Esta peculiaridad traducirá en su vida de pastor el estilo del Pastor Eterno y hará de él testigo del único Pastor (Cf. Jn 10, 1-21) que da la vida por su rebaño de modo voluntario (Cf. Jn 10, 17-18).

II. Principio eclesial de la espiritualidad del sacerdote diocesano.

1. El sacerdote diocesano es en su Iglesia y es para la Iglesia.

El sacerdote, como discípulo de Cristo, es el que se configura paulatinamente con él y el que refleja en sus obras y acciones el paradigma del Dios con nosotros. Su vida es una fuente de la que emana la compasión, el amor y la misericordia en su comunidad de vida y eclesial. Su nacimiento a la vida ministerial se debe a la respuesta que ha hecho a la llamada de Jesús y al envío de su Santa Madre Iglesia, doméstica, local y universal. Es un hombre que ha salido del seno de una familia, de una comunidad eclesial de base y de una iglesia particular celebradora de los misterios de cristo en su existencia. “En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia a la Iglesia particular "[8], local, y universal, porque esa realidad constituye, por su propia naturaleza,… para vivir su espiritualidad cristiana”[9].

La pertenencia particular y universal a la Iglesia del sacerdote diocesano es un hito que permite ver con claridad que es ministro en función de la comunidad a la que preside, redime y santifica. Su sacerdocio se debe a la Iglesia y a Cristo. Por eso, para que la vida de un sacerdote sea Imago de Cristo Buen Pastor debe tener como base una comunidad de vida, oración y comunión que lo respalde. Es vital que goce de una aceptación en el clero particular y vea en el Obispo un padre, hermano y pastor con el que contar. La comunidad de vida es la que fortalece la vocación recibida como don y tarea. Sin una comunidad que respalde sus aciertos y desaciertos la vida espiritual del sacerdote tambalea. Es bonito ver como uno se siente sacado y enviado a una Iglesia sedienta de la verdad salvífica.

El sacerdote diocesano es un colaborador del Obispo[10] para que el evangelio llegue a todas las gentes y cuando su servicio sea requerido tiene que aceptar tal requerimiento con toda la buena voluntad del mundo porque a eso ha sido llamado. En relación sacerdote-obispo y en la dimensión eclesial del ministerio se pone en juego la fidelidad a Cristo. El ministro tiene que ser es fiel a su Iglesia y al serlo así es fiel Cristo y debe estar siempre dispuesto a asumir el encargo que la Iglesia pone en sus manos por medio de su Obispo. Esta gran verdad quiere decir, que el presbítero es sacerdote para su Iglesia y en su Iglesia local y universal dispuesto a ejercer su ministerio en cualquier lugar del mundo.

2. El sacerdote diocesano agente de vida en la comunidad.

El Espíritu de Jesús da dinamismo y vida a la comunidad apostólica que se había estancado en el momento de la crucifixión, les reúne en oración con la madre y los hermanos de Jesús (Cf. Hch 1,14). De la misma manera, el sacerdote diocesano debe ser agente de vida en la comunidad, para que esa Iglesia que lo engendró en la fe, lo vea crecer, comunicar su experiencia de Dios y entregar por completo su vida al servicio de ella y de Dios. Esa praxis que ejerce es por su misma naturaleza y justificación existencial[11] y no solamente una opción espiritual.

La vida de la comunidad se ve fortalecida cuando el Presbítero toma consciencia de su ser, de su identidad y de su fidelidad a Cristo, intentando sobre todo guardar con fidelidad y creatividad la misión recibida[12]: “Tened cuidado de vosotros y de toda su grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes… para pastorear la Iglesia de Dios” (Hch 20,28). Desde esa dimensión, su ministerio será fructífero, si tiene en cuenta la conducción de todos a la santidad que Dios quiere para todos (Cf. Ef 4,13). El servicio visto desde la búsqueda de la santidad será dinámico y será capaz de adaptarse a los distintos tiempos y acontecimientos que se susciten en el crecimiento de la fe en la comunidad.

El sacerdote diocesano como ministro al servicio de la Iglesia y de Cristo, tiene que estar convencido plenamente que Jesús puso la alegría y la vida en las Bodas de Caná (Cf. Jn 2,1-12), de la misma manera él tiene que poner el mejor vino que es su vida entera al servicio de la fiesta celebrada en el amor por la comunidad. Su vida no puede ser agria, ni inmadura, tiene que estar en su punto, para que el sabor sea recibido con gusto por todos los que están a su alrededor. El vino que puso el Maestro en la boda, fue saboreado por todos y aprobado como el mejor (Cf. Jn 2,9-10). El vino de la vida del ministro tiene que ser el mejor de todos los vinos presentes, para ser vínculo de unidad, alegría, esperanza, paz y buen gusto. El reto, de todo sacerdote, en ese caso, tiene que estar puesto en la praxis pastoral para que sea dignamente un testigo de la alegría y un signo de vida para la comunidad, frente al odio, desamor, pobreza, injusticia y abuso de poder que ejercen los dominadores del mundo. Es en modo total la autodonación en cuerpo y alma al servicio de Dios y de su Iglesia, no como un funcionario, sino como un servidor al igual que Cristo[13].

El sacerdote cuando llega al punto de darse por completo a su ministerio es signo de vida, porque Cristo ejerció su ministerio hasta el extremo, la muerte, para que nosotros tengamos vida y vida en abundancia. Si decimos que el servicio ministerial es ejercido con vehemencia y con fidelidad al servicio de Cristo, no se puede separar en ningún momento la vida personal con la vida comunitaria. Un sacerdote es en su comunidad el ente de comunión al igual que lo es un obispo en su diócesis. El es como la vid en el que tiene vida el sarmiento (Cf. Jn 15,5-6). Sin la vid, el sarmiento no podrá ser, lo mismo sin la comunidad la vida del sacerdote diocesano no podrá dar vida y sin la vida de paz, amor y verdad que transmite el testigo de Cristo en la vida de la comunidad, ésta no podrá ser conducida a la santidad que Dios quiere para su pueblo (Cf. Jn 17,19).

3. El sacerdote diocesano ministro de la palabra y los sacramentos de la vida cristiana e inculturador de la fe en la pluralidad de culturas.

a. Ministro de la Palabra. El sacerdote diocesano en fidelidad al mandato recibido del mismo Cristo para que la buena noticia sea conocida en todo el mundo con la fuerza del Espíritu Santo (Cf. Mat 28,19-20) tiene que proclamar la palabra “con toda integridad, con atrevida libertad, con inmensa paciencia y con apasionada exigencia”[14] para que resuene y su eco transforme su corazón y el de todos los oyentes. La predicación de la Palabra implica un encuentro y escucha[15] constante de ella para que no caiga en el moralismo y en el juridicismo aniquilador de todo el espíritu evangélico de la Buena Noticia.

b. Ministro de los sacramentos. El sacerdote es el por ministerio recibido el agente que “en la celebración de los santos misterios, el Espíritu Santo y la Iglesia cooperan para manifestar a Cristo y su obra de salvación. El Espíritu envuelve e invade a la Iglesia orante: le inspira la fe cristiana, puesto que, como dice San Pablo: [nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu (1Cor 12,3)]; lo asiste en la súplica que dirige fielmente al Padre que está en el cielo: [Dios a mandado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita: ¡Abba, Padre!(Gal 4,6; Rm 8,15)]…San Ireneo observa que [donde esta la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia]…El Espíritu del Señor está presente en el espíritu del Sacerdote para que pueda actuar en la persona misma de Cristo y en nombre de la Iglesia, como también está presente en el espíritu de los fieles, concediéndoles ejercer el sacerdocio real recibido en el Bautismo. El Espíritu invita interiormente a fieles y ministros para que acojan la Palabra de Dios, crean y se conviertan con docilidad a su guía. El poder del Espíritu consagra el pan de la vida y el cáliz de salvación, uniendo la ofrenda de los fieles al sacrificio pascual del Redentor del mundo. Gracias al Espíritu Santo, toda Eucaristía es nueva, única y fructífera”[16] en la que toda la vida sacramental alcanzan su culmen porque de ella han brotado.

c. Inculturador de la fe en la pluralidad de culturas. La riqueza del Evangelio no es su elitismo cultural, sino que trasciende todas las culturas, no se identifica con una especial, es universal, valido para todo el mundo, ayer, hoy y siempre; pero depende de la Iglesia el hacerlo audible en todo ambiente cultural, sin negar la iniciativa del espíritu antes que la evangelización, eso quiere decir, que los ministros deben hacer lo que la tercera persona de la Trinidad habla para los tiempos de hoy. La inculturación del Evangelio es crucial para hacer que su mensaje cale en lo más profundo de la humanidad e invite a celebrar la fe de un modo completo y convencido[17]. El sacerdote diocesano en comunión con el Obispo, laicos y la Iglesia universal debe ser el promotor de la inculturación, para que el ser cristiano sea plenamente vivido, no de un modo desencarnado de la realidad, sino encarnado en la historia y la cultura que tiene que ser vista como el lugar de manifestación del Espíritu Santo que sopla donde quiere, incluso antes de que el Evangelio sea conocido.

4. El sacerdote diocesano ministro y servidor de Jesucristo, la Iglesia y de sus hermanos.

Jesús el sumo sacerdote según el rito de Melquisedec (Cf. Hb 5,6) entregó su vida para que la humanidad entera sea reconstruida y pudiera elevar su corazón al Santo de los Santos porque en su ser aun habitaba la chispa divina. Se hizo semejante a nosotros, convirtiéndose en puente capaz de unir lo humano y lo divino en su persona divina sin ser solamente dios o solamente hombre, sino siendo consustancial al Padre y a la humanidad menos en el pecado (Cf. Hb 4,15). De la misma manera “el presbítero es un hermano entre los hermanos, pero al mismo tiempo es un hermano ante los hermanos (representando a Cristo) y un hermano para los hermanos (imitando a Jesús siervo que da la vida por los suyos)…Hay que compaginar: la ‘representatio Christi’ y la ‘representatio Ecclesiae’; la autoridad y el servicio; ser sacramento y tener unas funciones en la comunidad; el ‘todos y algunos’ de la estructura de la Iglesia; igualdad y diversificación por los carismas; la potestad y el servicio…Desde la integración de estos elementos aparece la verdadera posición del presbítero en la comunidad”[18] como ministro, servidor de Jesucristo, de la Iglesia y de sus hermanos.

El servicio que realiza es en la Iglesia, no fuera de ella, es para sus hermanos y es función de lo que ha recibido de Cristo por la Iglesia sacramento de los sacramentos de la salvación. Su vida estará íntimamente ligada a su comunidad, a sus hermanos y a la Iglesia y a Jesucristo. Su ministerio será como “el de Juan el Bautista… se limitará a dar testimonio de luz, porque él no es la luz (Cf. Jn 1,8)… él no es el novio, es amigo del novio (Cf. Jn 3,29)… es el dedo índice del Bautista, largamente extendido, apuntando al cordero de Dios… es signo… e instrumento de la acción salvífica. Esta instrumentalidad del ministro es la razón más profunda del carácter servicial. Siendo Dios quien actúa mediante los ministros eclesiales, éstos han de tener siempre presente que están junto a Dios y a su servicio”[19], como también lo tienen que estar para la Iglesia y su comunidad a la que deben su diaconía.

El sacerdote diocesano con su ministerio se sitúa como diácono del Pueblo de Dios y de Cristo y como dispensador de los misterios de la gracia para el mundo. Su función es preponderante para conducir a sus hermanos y dejarse conducir por medio del Espíritu al regazo del Padre que lo acogerá “como a un niño pequeño” (Cf. Sal 131) que se siente solo y desprotegido en un mundo hostil a la verdad y al amor. En ese don y tarea no puede vacilar para no opacar la luminosidad de Dios en su vida. Lo que cuenta es la “entrega generosa, que irradia la gratuidad del Dios vivo, el cual “no nos ama porque seamos buenos y bellos, sino que nos hace bellos y buenos porque nos ama” (San Bernardo). Un amor semejante impulsa a la evangelización de todo el hombre y de todos los hombres…”[20] para buscar la unidad trinitaria (Cf. Jn 17,21) en el servicio.


III. Principio vivencial de la espiritualidad del sacerdote diocesano.

1. El sacerdote diocesano y su peculiar espiritualidad.

Lo que vamos viendo hasta este epígrafe nos demuestra la peculiaridad del sacerdocio diocesano y el dinamismo bien marcado que éste tiene para ser lo que es, porque su único modelo y referente es Jesucristo sacerdote, profeta y rey, no vive bajo otra regla, sino solamente la del evangelio mismo y no está obligado a realizar una vida monacal o comunitaria, porque sencillamente no es monje, ni religioso. Su ministerio ha de entenderlo desde la dimensión kenótica de Cristo para que se pueda insertar de verdad en la comunidad que su obispo y la Iglesia lo encarga como hombre tomado de entre los hombres para ofrecer en favor del los hombres, dones y sacrificios a Dios (Cf. Hb 5,1).

La vida pastoral, sacramental, celebrativa y espiritual del sacerdote diocesano no está desligada la una de la otra, todas están íntimamente ligadas entre sí para que su vida no carezca de ninguna de las dimensiones que el ministerio como tal demanda. En su vida diaria tiene que descubrir que su carisma es vital para la vida de la Iglesia, la comunidad y la instauración del Reino que esta en el ya pero todavía no. La vida intelectual, comunitaria y espiritual que cultive no lo debe hacer perder su identidad como tal, no debe llevar vida de monje o de religioso, tampoco puede ser un mosaico de todo un poco, en el que todo es permitido para que tenga forma, no, porque de sí, ya tiene, una identidad que brota de la caridad pastoral (Cf. Mt 20,28) y en el pastoreo de una rebaño particular movido según el corazón de Cristo (Jer 3,15; cf. Ez 36,26).

El sacerdote diocesano se entrega al servicio desde la gratuidad, porque “se ha dejado penetrar por la gracia de Jesucristo…, para llevar a la humanidad, tesoros de bondad”[21] transformadores del mundo. Su permanencia en una comunidad particular es desde sí una apuesta por el evangelio, auque no diga ninguna palabra, ni predique a voz en grito el mensaje de cristo, sí pone su vida como testimonio, está hablará por sí sola para que los demás crean que Dios habita en él. Ahora, para que esa tranparentación de Cristo en su vida sea captable, él debe vivir, sentir y gustar todo lo que su comunidad va viviendo, porque se debe a una comunidad eclesial y no solamente a la Iglesia universal, porque es a la comunidad particular a la que sirve y al hacerlo de esa manera, a su vez, sirve a la Iglesia universal.


2. El sacerdote diocesano voz de los sin voz: del pobre, del huérfano y la viuda.

Dios escucha el clamor de su pueblo y lo libera de la esclavitud a la que había estado sometido en Egipto, para esa liberación elige a Moisés y Arón se hace sentir como el Dios liberador (Cf. Ex 3,7- 4,17). Con los profetas denuncia las injusticias, la pobreza humana y espiritual (Cf. Am 2,6-16). Jesús, su hijo viene a liberar a los pobres, es voz de los sin voz (Cf. Mt 9,32-34), consuelo del huérfano y de la viuda (Cf. Lc 11-17). De la misma manera los sacerdotes tienen que ser los hombres que tienen que levantar su voz de protesta como los profetas y como cristo mismo a favor de la dignidad humana, porque la predicación del evangelio tiene de sí en su esencia el compromiso con el “auténtico desarrollo integral del hombre, como individuo y como sociedad, hasta llegar a denunciar, cuando es necesario los males y las injusticias sociales que lo aquejan”[22] en este mundo muchas veces deshumanizado y homicida del la verdad, el amor, la justicia y el perdón.

El sacerdote diocesano, para que pueda levantar su voz contra las estructuras del mal que oprimen a los seres humanos de su pueblo, debe tener un “un creciente y apasionado amor por el hombre”[23] y en su corazón, necesariamente habrá de “esperar contra toda esperanza” (Rom. 4, 18), no puede frustrarse y decir: “esto ya no tiene solución”, sino que tendrá que ser fuerte y contemplativo en la acción con el fin de escuchar con un oído la palabra y con otro en el clamor de su pueblo agonizando de hambre y pobreza humillante, y a la vez tendrá que darse cuenta que los rostros sufrientes de Cristo[24] están esperando una voz, de un nacido de entre ellos, para que les conduzca a la liberación total de sus personas.

La iglesia necesita profetas que den testimonio de Cristo en todas partes (Hch 2, 17.18; 11,28; 21,4.11), y su voz será escuchada, porque sus gestos, palabras, símbolos y acciones serán vistas como elementos para que Dios hable a la comunidad creyente. Pero, “el don de profecía está basado en la experiencia personal. El profeta habla de Dios y de su gracia salvífica, no al modo de un estudioso teólogo que posee un conocimiento abstracto de él a base de esfuerzo personal, sino más bien como un individuo que ha conseguido una experiencia personal de Dios. La profecía es un don de experiencia. El profeta es un humano, que con una especie de intuición, lee los signos de los tiempos e interpreta los hechos de la historia contemporánea desde el ventajoso punto de vista de su experiencia personal de Dios”[25]. Con ese talente profético el sacerdote será luz para comunidad que precide y podrá trabajar a tiempo completo para que ésta vaya conociendo paulatinamente a Dios desde lo más sublime de la vida cotidiana.

3. El sacerdote diocesano un maestro de oración.

La oración es el elemento esencial para la vida de fe. Jesús mismo ora continuamente, tiene una estrecha relación con su Padre en los momentos de luz y momentos difíciles. En virtud de la vida orante del Maestro, el sacerdote diocesano, debe orientar toda su vida en base al cultivo constante de la oración para discernir con criterios lucidos lo que la Iglesia y Jesucristo quiere de su ministerio. La oración implica disponibilidad de espíritu tiempo para orar. Por nada del mundo debe suplir la oración con el trabajo pastoral. La oración y el trabajo tienen que estar íntimamente ligados. En ese sentido, “la oración constituye un criterio vital para que el sacerdote se comprenda a sí mismo. Porque en la oración es donde más intensamente se pregunta al sacerdote de qué modo quiere él entenderse a sí mismo: como gestor espiritual o [como hombre de Dios], como funcionario o cómo aquel que realiza su trabajo desde su unión con Cristo. Sin la oración, la labor pastoral se hace superficial con el tiempo y-en el mejor de los casos- se degenera convirtiéndose en la actividad propia de un funcionario. Porque el que no ora no es capaz ya de conocer lo esencial, hace caso omiso del llamamiento de Dios, su palabra y acción no brotan ya del escuchar la palabra de Dios. Un obispo dijo en una ocasión: No me hace falta más que escuchar durante dos o tres minutos la predicación de un sacerdote para darme cuenta de si hace oración. ¿No se dará cuenta de ello también la comunidad?”[26]

El sacerdote ha de ser maestro de oración, no sólo hombre, sino aquel que se caracterice por reflejar en su labor pastoral el corazón de Cristo que ha pasado previamente por el crisol de la meditación, contemplación y la oración puesta en las manos del Espíritu. Con ese talante espiritual la dinámica y el fervor que el ministro le pondrá a su labor sacerdotal de presbítero, serán fructíferos en su quehacer misionero, predicación de la palabra, celebración de la vida cristiana y de su ser profeta en el mundo concreto en el que le toca vivir.

En la oración el sacerdote juega su vocación a la santidad personal y comunitaria y total sumisión a la vida según el Espíritu (Rm 8,4.9). Jesucristo vivió y actuó siempre movido por el Espíritu (Lc 4,1.14). Él fue el consagrado y enviado por el Espíritu para evangelizar a los pobres (Lc 4,18). Se puso al servicio de la humanidad, el mundo y la historia por la intima relación con su Padre. Desde esa perspectiva el presbítero llamado a la santidad de vida, tiene que participar “en la fe y la oración de la comunidad,… a imitación de Cristo, el cual "está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7,25). Con la oración, antes que con la palabra o con la acción, el sacerdote debe comunicar lo divino a los hombres, y hablar a Dios en su nombre. Del corazón del sacerdote habrá de subir, hacia el Padre, la adoración, la alabanza, la acción de gracias y la petición en nombre de los fieles y también de los no cristianos”[27] porque toda su persona está volcada a la opción por la humanidad y en ella por Dios.

IV. Retos para la vivencia de la espiritualidad del sacerdote diocesano.

1. Retos socio-culturales, económicos y políticos.

Los cambios sociales y culturales han revolucionado la vida de lo seres humanos. En el siglo XXI se está asistiendo a una crisis de sentido, al igual que en el Siglo XVIII con la Ilustración y el Siglo XIX con la crisis de las ciencias europeas. La crisis social, cultural, económica y politica ha tocado todos los substratos de la vida ordinaria del ser humano común y corriente. El hedonismo, la cultura laigth, el antropocentrismo egocentrista, el relativismo, la cultura consumista, la polarización de la vida laboral, la desestructuración de las instituciones fundamentales de la sociedad y la ceguera espiritual de los seres humanos[28] ha puesto en jacke la capacidad para la trascendencia y autotracendencia innata en la criatura predilecta de la creación, porque todas las expectativas están puestas en la moda, la ciencia y la tecnología, más no, en el cultivo armónico de la vida espiritual y material.

El mundo al que asistimos es extremadamente hostil[29] en todos los aspectos. La vida humana no vale prácticamente nada. No se valora a la persona por lo que es, sino por lo que tiene. El mundo contemporáneo se fija en la eficiencia, la productividad, la vanguardia y el éxito a toda costa. No hay un cultivo de la verdad, el honor, la humildad, la mansedumbre y la pobreza. Los valores tradicionales están banalizados. Todo está politizado en base a intereses. Se abusa de la democracia para perpetuar el dominio y el poder de la élite sobre la masa pobre e inculta. Ese es el panorama de vida de esta época y es a ese entorno al que el sacerdote tiene que enfrentarse, porque ha nacido en un hábitat ya predeterminado y para que salga de ahí si no tiene un coraje concienzudo no lo podrá hacer, pero sabiéndose llamado de entre los hombres y para los hombres tiene que salir para luego ayudar a sus hermanos que lo necesitan de modo apremiante.

El sacerdote del siglo XXI tiene ese panorama para enfrentarlo y para santificarlo con su entrega de vida, huir de él será catalogado como cobardía, insertarse en él y dejarse absorber por el sistema será imprudencia; pero salir para ver el panorama desde una óptica externa le dará mayor lucidez en la inserción que realice después de un proceso de autocomprensión y de comprensión de la realidad que le toca liberar como ministro de Dios y de la Iglesia peregrina en este mundo camino a la santidad. La madurez personal, la escucha de la palabra, la lectura de los signos de los tiempos y la caridad pastoral serán sus mejores armas para enfrentar las estructuras del mundo actual aniquiladoras de la ética, la moral, la religión y la dignidad.

2. Retos antropológicos e ideológicos.

Nuestro siglo es un espacio y tiempo en el que la pluralidad de cosmovisiones antropológicas e ideológicas es para todos los gustos y colores variada. El que tiene una concepción práctica de la vida se mueve desde el pragmatismo. El que concibe a la sociedad como un elemento de súper estructuras opresoras y alienadoras de la humanidad tiene una mentalidad marxista. El que ve la salvación humana desde el mercado, el consumo y el capital, es un neoliberal. El que concibe al ser humano como una masa de carne y hueso es monista. El que ve la estructura física, psicológica, mental, material y espiritual por separado se coloca en el plano dualista y menosprecia una de esas dimensiones suprime la unitariedad del ser humano. Otros se colocan en el plano personalista, corporalista, ficista, etc.

El ser humano inserto en la sociedad y afectado por ella de modo directo o indirecto se identifica con prototipos y es por eso, que "a cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpreta en función de los problemas del momento: Edipo como emblema universal, Prometeo, Fausto o Sísifo como espejos de la condición moderna. Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores, en especial americanos, el símbolo de nuestro tiempo: "El narcisismo se ha convertido en uno de lo temas centrales de la cultura americana"[30]. Como vemos los prototipos identifican nuestra cosmovisión antropológica e ideológica que prima en nuestro medio.

En ese ambiente es en el que el sacerdote diocesano tiene que desenvolverse como hombre de fe, cultura, arte, oración, contemplación, y acción en pro de la vida, libertad, amor y verdad. La fascinación ególatra de nuestra cosmovisión antropológica enclaustra el ser humano en reduccionismos y limita su capacidad relacional, psíquica, mental, intelectual, volitiva, afectiva, e incluso material, porque le permite autoafirmarse y realizarse como imago dei en el momento en que se trasciende y toca el vértice la vida misma.

3. Retos personales, comunitarios y eclesiales.

El sacerdote diocesano es deudor de su personalidad e identidad de una familia, comunidad, Iglesia y sociedad. No se puede separar de esas realidades porque su vida gira en el nivel personal y social por su propia naturaleza. Todo lo que hace, piensa, vive, celebra y representa está anclado en su propio convencimiento y en su función de padre, maestro, hermano y pastor que por asistencia del espíritu realiza. La crudeza del mundo moderno tienen que introducirle en un proceso permanente de cambio radical, para que en los momentos de “crisis sepa discernir todo desde el Espíritu del Señor… y no ponga en su relación con Dios, consigo mismo y con los demás… odio y amargura,… que el exotismo religioso… cuestionador del celibato”[31] incide en su vida particular con el propósito de hacerlo renunciar a la vida que lleva como hombre de pobreza, castidad y obediencia.

La falta de maduración personal, de compromiso, de verdad en el ministerio es un problema que aqueja gravemente a los hombres que optaron por el sacerdocio, a lo mejor porque las condiciones de vida que llevan no son la más adecuadas, debido a que no tienen una comunidad de vida para apoyarse en sus momentos de crisis, o en todo caso, se llevan mal con su obispo y hermanos sacerdotes. Las relaciones que tienen con su obispo, comunidad e Iglesia no solamente pueden estar opacadas por el carácter personal, sino por el ideológico dentro del ambiente eclesiástico que no les deja pensar, celebrar y sentir su ministerio desde una opción personal, ministerial, y eclesial. ¿Qué quiero decir con esto? Simplemente que una concepción eclesial del ministerio de carácter piramidal o comunional da un tipo de sacerdote y un tipo de vida sacerdotal. No se puede permitir el retroceso en el ministerio sacerdotal, sino el avance, para que cada día los sacerdotes vayan siendo más concientes que son del pueblo, para el pueblo y en la Iglesia y con la Iglesia inculturada y viva de su época, espacio y tiempo en el que les toca vivir.

Una Iglesia enclaustrada, sumida en la cerrazón del tradicionalismo difícilmente puede ser un ente de crecimiento y maduración de la vida sacerdotal del ministro, porque no le permitirá hacer uso de su creatividad y espontaneidad para la celebración y vivencia cotidiana de su ser sacerdote. No le permitirá ser voz de los sin voz, oídos de los sin oídos, ojos de los sin ojos, manos de los sin manos, pies de los sin pies, alma de los sin alma, vida de los sin vida. No podrá ejercer su servicio e inserción en la vida de la comunidad. Verá su ministerio como un funcionariato y no como un servicio.

Conclusiones.

La espiritualidad del sacerdote diocesano tiene su principio y fundamento en la Trinidad y en la economía de la salvación, porque es agente vivo y cooperante para que el Reino se haga presente en el mundo e historia de hoy. Hace presente al Dios con Nosotros. La opción por Cristo, la Iglesia, la Humanidad, el Mundo y la Historia es un eje trasversal en la vida de un sacerdote, no podrá existir un verdadero sacerdocio si no hay un compromiso pleno consigo mismo, con el entorno y contorno del mundo de vida.

La opción por el Reino, la vivencia de los consejos evangélicos, la práctica de la caridad pastoral, la opción presencial por los pobres, la representación de Jesús en la tierra y la actuación a favor del pueblo como representante de la comunidad lo hacen ser un hombre que libremente ha elegido una vida que trata de mantenerla en una dialéctica divina y humana para cooperar en el proceso de redención de la humanidad y de la creación con Jesucristo en el que se ha recapitulado todo lo que existe.

Los retos que la espiritualidad del sacerdote diocesano tiene en el mundo de hoy son cada vez más fuertes, pero no imposibles de superar, porque cuentan con una fuerza especial que es la del Espíritu Santo paráclito, consolador y conductor a la verdad por medio de la Iglesia y la comunidad de creyentes. La fuente de superación de los dificultades está puesta en la vida de oración, formación intelectual, vida comunitaria, obediencia sacerdotal, pobreza y celibato por el Reino, unas buenas relaciones con la comunidad y la familia, una formación adecuada en los deberes cívicos y un logro permanente en la unidad, armonía y celo en la vida del pastor a ejemplo de Jesucristo buen pastor.

El modelo y referente de todo sacerdote tiene que ser Jesucristo buen pastor, quien no busca sus propios beneficios, sino los de sus ovejas y es manantial de mansedumbre, paciencia y humildad que es sostenida por la intima relación con su Padre y por el apasionamiento por la humanidad. Desde esa perspectiva el sacerdote tiene que ser luz y sal de la tierra, esperanza y alegría para los dolorosos momentos del alumbramiento de Cristo luz del mundo (Cf. GS 1) en la comunidad creyente.
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[1] GUIA PASTORAL PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS DE LAS IGLESIAS QUE DEPENDEN DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS. “El sacerdote espiritualidad y misión”, Paulinas-Salesiana, Madrid, 1989, pág., 55-56.
[2] Ibid., pág., 56.
[3] GRESHAKE, Gisbert. “Ser Sacerdote”, Verdad e Imagen, Sígueme, Salamanca, 1996, pág., 165-166.
[4] “Los miembros de estas comunidades, viviendo conforme a la vocación a que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real, y hagan así de su comunidad un signo de la presencia de Dios en el mundo” (Documentos finales de Medellín. Medellín: Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Septiembre de 1968. Edición digital de José Luis Gómez-Martínez; para la presente edición digital se ha seguido la presentación de la edición en libro de Ediciones Paulinas, 15, 3, 11.)
[5] “La nota característica de la espiritualidad sacerdotal es la caridad pastoral, que se manifiesta en algunas dimensiones básicas: es sagrada… es comunión con la Iglesia… y es misión”. (GUIA PASTORAL PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS DE LAS IGLESIAS QUE DEPENDEN DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS. O.C., pág., 54-55)
[6] DOCUMENTOS DEL VATICANO II. “Constituciones. Decretos. Declaraciones”, Cuadragésima Primera Edición, BAC, Madrid, “Presbyterorum Ordinis, 14”.
[7] Ibid., 14; JUAN PABLO II. “Exhortación apostólica: Pastores Dabo Vovis”, Roma, 1992, 23.
[8] JUAN PABLO II. O.C., 31b.
[9] Ibid. 31c.
[10] DOCUMENTOS DEL VATICANO II. “Constituciones. Decretos. Declaraciones”, Cuadragésima Primera Edición, BAC, Madrid, O. C. 10.
[11] RAHNER, Karl. “Sacerdotes ¿para qué?”, en Opinión y Certeza 2, Paulinas, Madrid, 1969, pág., 41.
[12] BRAVO, Antonio. “La revisión de vida del Pastor” Nº 37- 40.
[13] “El servicio de Cristo en es llamado en el nuevo testamento, mas exactamente, diakonía, un término cuyo significado básico es servicio a la mesa… donde uno se mancha,… como el esclavo… en este servicio consistió el de Cristo… por eso el ministerio eclesial no puede representar ningún otro servicio”. (GRESHAKE, Gisbert. O.C., pág., 167.)
[14] LEGIDO, María. “Conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor” en AA.VV. “Espiritualidad del presbítero diocesano secular”, Simposio, 1998, pág., 142.
[15] “El sacerdote tiene que ser el primer creyente de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministerio no son suyas, sino de Aquél que lo ha enviado. Él no es dueño de esta Palabra: es su servidor” (JUAN PABLO II. O.C. 26.)
[16] MAGGIONI, Carlos. La Eucaristía, Paulinas, Madrid, 2006, pág., 51-52.
[17] GUIA PASTORAL PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS DE LAS IGLESIAS QUE DEPENDEN DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS. O. C., pág., 36-37.
[18] GAMARRA MAYOR, S. “Líneas de convergencia en la espiritualidad del presbítero diocesano secular” en AA.VV.: Espiritualidad del presbítero diocesano secular”, EDICE, Madrid, 1987, pág., 683-684; CEC. Sacerdotes para evangelizar. Reflexiones sobre la vida apostólica de los presbíteros, EDICE, Madrid, 1987, pág., 86-87.
[19] GRESHAKE, Gisbert. O.C., pág., 169.
[20] VAN THUAN, Francisco N. “Ser sacerdotes en el nuevo milenio” pág., 6.
[21] LAPLACE, José. “El Sacerdote, Hacia una nueva manera de existir”, Herder, Barcelona, 1970, pág., 303.
[22] GUIA PASTORAL PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS DE LAS IGLESIAS QUE DEPENDEN DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS. O. C., pág., 30.
[23] JUAN PABLO II. O.C. 72
[24] Puebla, lo describe de una manera muy cruda como se ve ahora los rostros de niños, jóvenes, indígenas, campesinos, obreros, subempleados, marginados y ancianos sufrientes en los números 31-39. (TERCERA CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO. “Puebla”, Paulinas- EPICONSA, Décimo Tercera Edición, Lima, 2005, págs., 57-58.)
[25] BERMEJO, Luis M., “El Espíritu de Vida”, Mensajero, Bilbao, 1990, pág., 364.
[26] GRESHAKE, Gisbert. O.C., pág., 182.
[27] GUIA PASTORAL PARA LOS SACERDOTES DIOCESANOS DE LAS IGLESIAS QUE DEPENDEN DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS. O.C., pág., 60.
[28] Una de las novelas más hermosas que refleja el vivir de los hombres y mujeres del siglo XXI es el ensayo sobre la ceguera de José Saramago en la que todo el mundo pierde los ojos. El “ensayo sobre la ceguera es la ficción de un autor que nos alerta sobre “la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron”. José Saramago traza en este libro una imagen aterradora- y conmovedora- de los tiempos sombríos que estamos viviendo, al a vera de un nuevo milenio. En un mundo _de ciegos_ ¿cabrá alguna esperanza? El lector conocerá una experiencia imaginativa única. En punto donde se cruzan literatura y sabiduría, José Saramago nos obliga a para, cerrar los ojos y ver. Recuperar la lucidez es rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión la ética del amor y la solidaridad. “Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos” declara uno de los personajes. Dicho con otras palabras: tal vez el deseo más profundo del ser humano sea el poder darse a si mismo, un día, el nombre que le falta”. (cf. SARAMAGO, José., “Ensayo sobre la Ceguera”, Santillana, Madrid, 1998, pág., 2)
[29] “La sociedad actual y su estructura social con grandes bolsas de pobreza y desempleo favorece contextos sociales donde es más propicio un ambiente de agresividad, delincuencia y actitudes antisociales. También es verdad que la propia estructura social y sus principios competitivos en firme contraste con una precaria oferta de empleo y desarrollo personal del joven propicia actitudes violentas. Sabemos que la violencia no afecta a todos por igual: son los niños, las mujeres y los marginados aquellos que más sufren sus secuelas. En su indefensión pueden ser objeto de rechazo, pobreza y agresiones de toda índole. Y no digamos de los medios de comunicación masiva… la violencia televisiva es una opción del propio medio… eso crea insensibilidad…la familia… es sin duda la génesis de la violencia… porque en ella se genera amores y desamores que se reflejarán en la integración social de los ciudadanos…” (FERNÁNDEZ, Isabel., “Prevención de la violencia y resolución de conflictos: el clima escolar como factor de calidad”, Narcea, Segunda Edición, Madrid, 1998, pág. 32.33.35)

[30] LIPOVETSKY, Gilles., “La era del vacío, Ensayos sobre el individualismo contemporáneo”, Anagrama, Barcelona, 1996, pág., 49.
[31] GRESHAKE, Gibert. O.C., pág., 230-238.