martes, 25 de agosto de 2009

HABLANDO DE DIOS PADRE EN UN SENO FAMILIAR MACHISTA Y VIOLENTO

INTRODUCCIÓN.

En una realidad tan desvirtuada del Padre a causa de la violencia familiar y del machismo es cuasi imposible hablar de Dios Padre, porque todos tienen una imagen de Padre castigador, violento, abusivo, poco afectuoso y dictador que somete a todos con tan sólo hablar o golpear y no la de un Padre amoroso, cariñoso, pedagogo, hermano, amigo, esposo y compañero fiel que da la vida por los suyos y se desvive porque estos tengan todo a su favor.

El prototipo de Padre violento y machista esgrima la grandiosidad que tiene esta figura en el seno familiar y lo reduce a un ente, que en vez de ser referente y agradable, es el ogro que muchos no quisieran ver, oír, ni sentir como algo suyo, porque toda su vida han sido ultrajados en lo más profundo de su ser psicológica y físicamente por él. A raíz de esta antipatía a la figura paterna en este ensayo, en el afán de hablar de Dios Padre; proponemos por medio de cuatro epígrafes cambiar la figura paterna en la familia y hacer de éste un hombre que refleje el amor en su ser y existir en medio de su familia. En el primer epígrafe trataremos sobre la violencia y sufrimiento de la mujer en un ambiente machista. En el segundo, sobre la violencia y el machismo que ejerce el varón en medio del seno familiar. En el tercero, sobre las razones sociales y culturales de la violencia y el machismo en el seno familiar. En el último damos unas pistas para hablar de Dios Padre en medio de la violencia familiar y el machismo.

HABLANDO DE DIOS PADRE EN UN SENO FAMILIAR MACHISTA Y VIOLENTO

1. Violencia y sufrimiento de la mujer en un ambiente machista.

La mujer en nuestro ambiente social, cultural y laboral es muy mal considerada, porque se la valora aún como el sexo débil, vulnerable y frágil que no puede ejercer altos cargos en la empresa y en la sociedad civil por ser lo que es y que todo esto está única y exclusivamente reservado para el varón, no para ella. Por eso, hoy en día hay muy pocas mujeres laborando, o si las hay, son en su mayoría informales o en todo caso realizan actividades tales como cuidar enfermos, enseñar, barrer, cocinar y lavar, que sin duda estas labores son solamente una prolongación de la actividad doméstica que realizan a diario a favor del patrón, los hijos y el marido que ha diario sirven sin muchas veces recibir nada a cambio o sí reciben algo, es sólo golpes e insultos y ni siquiera un gracias por lo que has hecho ahora. Esa realidad hace que la mujer sufra mucho, porque no tiene educación, es analfabeta, o simplemente es sometida vilmente a la servidumbre como una esclava, solo por ser mujer.

Pero la estigmatización social, laboral y cultural que hemos visto no es lo único que violenta a la mujer; sino para colmo de males, el personaje que la debe proteger, amar, respetar, hacerse uno con ella la margina; mejor dicho su esposo o marido, la explota y la maltrata psicológica y físicamente sin compasión alguna; porque para él, ella no es más que un objeto de su propiedad que puede hacer con él lo que desee sin que nada ni nadie le diga nada. Lo peor de este abuso es que paulatinamente la hace perder su identidad, su razón de ser en el mundo y su razón de vivir, porque es considerada como don nadie y una cosa poco importante para la vida y la sociedad, que por cierto, ella cree y asume todo esto sin discriminación alguna.

Con esa conciencia desvalorada, la mujer, es frecuente, tanto en el ámbito urbano como rural, que diga: “si me pega mi marido es porque estoy haciendo algo de malo, porque soy bruta, una india, una burra; o porque no sé comportarme frente a sus amigos, o frente a su familia,” y o que diga: “me pega o me insulta porque me quiere, no porque me odie o desprecie, sino porque busca lo mejor para mí, él quiere que me corrija de mis defectos”. Que argumento para más falso. A esa mujer que piensa así dile: ¿por qué sufres tanto?, ¿por qué no te vas de su lado?, ¿por qué te dejas maltratar? Ella de inmediato contesta: “No tengo a donde ir. No me puedo separar de él porque mis hijos van a sufrir. No tengo de que mantenerme. No puedo trabajar, nunca he trabajado fuera de la casa; cómo me voy a separar o ir de casa. No importa pues, ahí recibiré todo lo que venga, ¡todo! por mis hijos, algún día cambiará”. Esta respuesta nos demuestra claramente que está resignada a seguir sufriendo y que no le importa ese sufrimiento, sólo quiere tener que comer, donde vivir, y un marido para que lo mantenga. Nuestra pregunta es: ¿esta mujer es feliz viviendo así?, o es que acaso vive en un autoengaño. Creo con certeza que vive engañada y que si no la liberamos con urgencia de esa estructura mental, será muy difícil que se haga persona a imagen y semejanza de nuestro Dios.

2. Violencia que ejerce el varón machista en el seno familiar.

El varón en nuestro ambiente social es el que se toma todas las atribuciones en el seno familiar y es el que se encarga de velar por todas las necesidades indispensables para la supervivencia de todos sus miembros. Pero, es en este ejercicio de sus responsabilidades y obligaciones en el que subordina por medio del uso abusivo de su autoridad a los hijos y a la mujer y les implanta un modelo de vida esclavizado y violento en el que él es el único amo y señor de todo lo habido y por haber, lo hecho y por hacer. Él es el que hace y deshace todo sin consultar a la mujer o a los hijos, porque si lo hace, sus amigos o familiares lo catalogan de saco largo, poco hombre, o en todo caso de cachudo (cornuto).

Este ordenamiento estructural y tabú social induce fuertemente al varón al uso de la violencia sin ningún empacho y con mucha más indiscreción si está ebrio; porque según él, cuando tiene unas copas encima no tiene temor a nada, ni a nadie y es capaz de enfrentarse al mismo Dios y al mismo diablo en persona y mucho más, ¡claro!, cómo no va a poder pegar a su mujer o encarar el vestido, la comida, la casa, sí él es el dueño, cómo pues, si él con el sudor de su frente y con resquebrajamiento de su lomo durante todos los días de la semana, bajo sol, bajo lluvia ganó para poner todo en casa, cómo no exigir lo suyo, es absurdo no exigir algo a cambio de su esfuerzo. No cabe la menor duda que este comportamiento es el vivo reflejo de la cultura arribista, militarista, y suburbial, que no sabe cómo, ni cuándo hacer escuchar su voz, porque es ignorado en todo a causa de su pobreza y de su indigencia social.

Ante esto me pregunto: ¿acaso para demostrar la autoridad o la perentoriedad del varón en el seno familiar es necesario que este ejerza la violencia o el machismo?, ¿acaso, para que el varón sea definido como varón o como jefe de familia tiene que necesariamente actuar ante todos sin compasión, solo para satisfacer sus caprichos dictatoriales? La respuesta es tajante: ¡Nooo!, porque muy bien puede ejercer su autoridad y ser indispensable para la familia por medio de sus actos de amor, respeto y responsabilidad como Padre y no como villano abusivo y sobajador que no se conmueve con nada, ni nadie. Esto último debe hacer para ser un verdadero Padre digno de loas y de amor.

3. Razones sociales y culturales de la violencia y el machismo en el seno familiar.

La violencia que se respira en el ambiente familiar no es fruto solamente de una causa o de una razón, sino que en “esta expresión de liberación de la frustración personal y social” se juntan presupuestos estructurales del ambiente social, político y cultural, que por años han sido impregnados en la tradición a causa de la subvaloración y el menosprecio, condenando a los seres humanos al subdesarrollo y a la cultura suburbial que almacena en su corazón la violencia material y espiritual del proceso antiguo y moderno de colonización. Sin duda, esta fuerza hipostaciada de subvaloración degradada y denigra la dignidad humana y lo envilece, hasta convertirla en nada.

Toda esta deshumanización, refleja el culto al machismo y la violencia en el seno familiar, y queramos aceptarlo o no, es producto de una cultura y una sociedad violenta y violentada que sólo al abrir un periódico, una revista, ver la televisión o con escuchar la radio, lo único que encontramos en estos medios son imágenes, artículos, escenas, y noticias habladas trágicas que transmiten un mensaje de muerte y abandono, poco respetuoso de la vida y nada sensible a la realidad psicoafectiva y volitiva de los individuos y totalmente monopolizado por el comercio y el sensacionalismo legitimado por la libertad de expresión y la falta eficacia estatal en el emanamiento de leyes que protejan la familia de la violencia social, económica, política y cultural. Entonces: ¿que hacer para que todo eso cambie, se puede hacer algo, o no? Sí se puede y se deber hacer algo, porque no podemos permitir que esto siga así, por eso, es de vital importancia que todos los ciudadanos conozcan sus deberes y derechos y tomen consciencia de su ser ciudadanos y de su ser miembros de una sociedad y lo fundamental de una familia que busca la unidad e igualdad en libertad y en amor para llegar a ser una autentica comunión de amor.

4. Pistas para hablar de Dios Padre en el seno familiar violento y machista.

El desarrollo de los epígrafes anteriores nos ha mostrado la realidad familiar de nuestros pueblos y de nuestras latitudes urbanas y rurales y a partir de esto es importante responder a la interrogante: ¿cómo hablar de que Dios es Padre en una familia plagada por el machismo y la violencia? La respuesta, sin duda, no es fácil de emitir, porque esto implica un conocimiento profundo de la familia en cuanto a saber cómo piensa, cómo vive y cómo planea vivir. Pero como ya tenemos estas nociones básicas, es necesario que se cambie por completo la imagen de Padre en el seno familiar y que se le dé sus rasgos característicos en los que se manifieste como hermano, amigo, compañero, esposo, goel y Padre al igual que Dios lo es con el género humano y con su pueblo elegido, que por más que no cumplan los preceptos que pone para la vida en comunión, como él es comunión en la Trinidad, siempre es amor y es fiel a ese amor misericordioso.

Hablar de Dios padre, en un contexto violento, nos debe llevar a no legitimar con más sagacidad el machismo con textos bíblicos o conceptos triviales sobre la familia, sino ha reivindicar los derechos de los hijos, de la mujer y de la familia en general, porque el Dios que tenemos no es un Dios del miedo, castigador, o masoquista; sino ágape, puro amor y que invita a vivir ese amor en la comunidad. La interrogante aquí salta versando: ¿cómo lograr transmitir todo esto? Fácil, lo primero que debemos hacer es dar identidad a toda esa gente sin identidad, ser voz de los sin voz, reestructurar y cambiar las estructuras de pecado, eliminar la pobreza, distribuir adecuadamente las riquezas, invertir en educación y enseñar sobre todo a amar como Dios ha amado entregando incluso a su hijo para liberación nuestra. Esa forma de amor debemos propiciar, en el que la negación sea señal de virtud y no señal de abuso, en el que sufrimiento sea la ruptura radical con el egoísmo para dar paso a la concatenación del diálogo y el que la exaltación del varón sea por la gran labor que realiza a favor de su familia y no por el gran poder que ejerce al maltratar a su mujer e hijos. Ese amor es el que debe llevarnos a cambiar nuestra sociedad y nuestra familia para que nos sea fácil e interesante hablar de Dios Padre; sino, estoy seguro que el lenguaje de que Dios es Padre, como nuestro Padre, nos parecerá cada vez más extravagante y poco fiable, porque ha nadie dice nada la figura del Padre, salvo su exceso de violencia que ejerce; pero después, otra cosa resaltante sobre él, no creo que haya.

CONCLUSIÓN.

Al llegar al final de este ensayo podemos concluir diciendo que para hablar de Dios Padre es necesario cambiar por completo el paradigma de referente paterno y crear una nueva imagen de él, en la que su manifestación como padre y autoridad del núcleo social sea como la del Padre Dios que está en el cielo y no como la de un salvaje, que sólo busca imprimir su autoridad en base a su fuerza y preponderancia natural de macho.

En segundo lugar, debemos luchar para que la mujer cambie su situación social y familiar devolviéndola libertad e igualdad ante el derecho positivo y se ha de crear instituciones civiles y religiosas para que la protejan de los agresores económicos, sociales, culturales y familiares que a diario asechan como leones rugientes buscando a quien devorar.

Finalmente, es urgente erradicar de la mentalidad del varón el machismo y la prepotencia invitándole a ser amoroso como lo es Dios en el seno trinitario, ya que sólo así, se hará una nueva familia y por ende una nueva sociedad, que no respire violencia y aprovechamiento; sino amor, como comunidad de amor que es.

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